El 7 de octubre de 2023 se dio uno de los hechos más estremecedores de los últimos tiempos. Un atentado en masa dejó miles de muertos, desaparecidos y cautivos en la franja de Gaza, como el inicio de un conflicto bélico en contra del Estado de Israel que continúa en la actualidad. Esta serie de ataques se dio en zonas fronterizas por el Movimiento de Resistencia Islámica denominado Hamas en la madrugada del día anteriormente mencionado con el lanzamiento de al menos tres mil misiles y el ingreso en vehículos de los militantes palestinos en territorio israelí.
Esa mañana marcó un antes y un después, conmoviendo al mundo entero por la brutalidad de los ataques que no solo fueron efectuados con armas sino con vejaciones a todos los ciudadanos israelitas, incluyendo violaciones a mujeres y asesinatos a niños sin importar que fuesen soldados, civiles, mujeres, niños o adultos mayores también captados como rehenes.
El resto, tristemente, ya es historia y todos la conocemos.
Pero es preciso decir que si Hamas no hubiera decidido irrumpir con violencia como lo hizo aquella jornada, resultando la masacre de mayor magnitud contra los judíos desde el holocausto -al menos así se han encargado de definirla algunos líderes del mundo e infinidad de voces-, hoy el mundo estaría contando otro relato.
Más allá de que haya sido una masacre indiscutible, los números no diferencian lo trágico de cada muerte porque así hubiera sido una sola igualmente hubiera significado una tragedia. Es que ninguna de las vidas perdidas merecía ese cruel final, destrozando sensibilidades por tratarse de actos que nada tienen que ver con las buenas intenciones.
Esta masacre no distingue entre géneros y edades pero saber que este grupo de bestias humanas torturó hasta la muerte a tantos niños estruja el alma. Como cuenta la historia de la familia Bibas, que refleja a la perfección lo que surge de esta injusticia total. Ellos eran un matrimonio joven que apenas estaban reconociéndose como padres, con dos criaturas de 4 años y nueves meses al momento de su captura. No entra en ninguna mente cuerda pensar en lo que este grupo terrorista hizo con ellos; separó a una hermosa familia, los aisló, los torturó y los asesinó a sangre fría. Hace unos días se han celebrado los funerales de la madre junto a sus dos bebés, que al fin regresaron a casa pero de la manera menos esperada, dentro de una caja fría y seca, donde su mundo es la oscuridad. Es inaceptable que los dos chiquitos hayan tenido que pasar por todo este horror a tan corta edad. Uno de ellos nunca aprendió a dar sus primeros pasos, a siquiera balbucear sus primeras palabras, el otro no conoció la escuela y sus padres no los verán crecer. El hombre de la casa se quedó solo de un día para el otro y quinientos días después tuvo que ver volver a cada uno de sus hijos y esposa en un ataúd, tras una espera interminable y en un circo sádico después de masacrarlos de la forma en que lo hicieron con ellos y tantos más.
Así como no hay distinción de géneros tampoco lo hay de edades y hubo adultos mayores que debieron transitar el horror al igual que niños y mujeres, todos inocentes. Como “la tía Ofelia”, la tía de tantos en esta historia, que se volvió un símbolo cuando uno de sus sobrinos corrió la voz en los medios pidiendo su liberación. La fortaleza de esta mujer no tiene nombre, la lucha por sobrevivir y la entereza de su alma no conoce de palabras en el diccionario. Ella fue captada de su casa en solitario y cada uno de los pasos que fueron dados por sus captores con ella como rehén fueron descriptos con lujo de detalles en cada oportunidad que se le dio lugar para alzar la voz. La oscuridad de su cautiverio, los intentos por resistir, la escritura como refugio y sostén y la soledad de contar con ella misma la hacen dueña de una historia de heroísmo pocas veces vista. Sus desventuras podrían formar parte de una joya literaria.
Todo es una lucha demente de poderes en la que constantemente se está negociando para que liberen a los prisioneros sin importar si eso significa que lo hagan vivos o muertos porque les da exactamente igual. Mientras tanto, las familias, hace un año y medio que se ilusionan con ver vivos a quienes nunca más pudieron ni abrazar ni escuchar.
Como estas dos hay infinidad de historias. Personas que faltan en sus casas, madres, padres, hijos y hermanos que nunca más van a poder darse un abrazo ni conversar. Hay decenas de crímenes que aún no se han reconocido y esta ridícula disputa parece no tener fin.
Desde el momento en que supimos que estos salvajes decidieron (porque esas acciones se deciden a plena conciencia) violar, torturar y aniquilar inocentes de maneras irreproducibles no se les puede justificar absolutamente nada.
Es inconcebible que en pleno siglo veintiuno se sigan cometiendo esta clase de crímenes amparados en la religión, en un supuesto Dios o en términos geopolíticos por el territorio a conquistar. Tan bajo cayó la humanidad o, mejor dicho, los humanos que cada vez llevan menos humanidad en sus almas.
Las últimas semanas, los ojos de esos dos niños de cabellos anaranjados se impregnaron en la retina de todos. Ambos fueron hijos del mundo cuando el tiempo corría y ellos seguían encerrados, cuando la esperanza se echó al vacío y supimos que ya no estaban en este mundo. Y no se explica que estas bestias hayan tenido la oportunidad de ver esos mismos ojos puros e inocentes segundos antes de que terminaran con sus vidas con las propias manos del infierno y así y todo hayan continuado con su macabra tarea.
La voz quebrada de Ofelia se volvió la voz de una tía o una abuela para millones de oídos, cuando describía uno a uno los días de encierro; su cuerpo vulnerable, sus heridas visibles y las no visibles, su canto silenciado y su voz cauta que le brindaron el privilegio de vivir en tiempos y lugares donde la vida no valía nada.
Ninguno de todos esos simples civiles imaginó que una mañana tranquila una agrupación de militantes desquiciados y sanguinarios asaltarían la paz de sus hogares y en nombre de un Dios que no conoce de ternura efectuarían los hechos más aberrantes que un ser humano puede efectuar.
No olvidamos a los israelíes pero tampoco se debe olvidar a los ciudadanos palestinos que deben soportar el poder autoritario de unos pocos y que seguramente también han padecido el terror y el horror en su tierra por culpa de esta masacre enorme. La humanidad en general debe frenar, como sea, este absurdo. En las guerras siempre pierden inocentes; los poderosos, quienes realmente dirigen los hilos de todo conflicto duermen calentitos en sus camas, comen un plato caliente todos los días y mantienen a sus seres queridos a salvo. Ellos ni de cerca ven el miedo y el horror que sienten los inocentes.