Este verano, con la llegada de las vacaciones, una noticia se hizo eco entre los medios de comunicación españoles más importantes. Poco sorprendente a mi parecer, y con un tinte poco inocente de oscurecer la verdadera realidad. Los artículos, presumían de cifras alarmantes, a mi parecer poco sorprendentes, sobre el uso excesivo de los dispositivos móviles entre los jóvenes. Cuando éstos se veían obligados a reducir o prescindir del uso de los smartphones, sus niveles de ansiedad alcanzaban máximos incontrolables. Estando todos nosotros, en mayor o menor medida, dentro de la espiral tecnológica, ¿no cabe pensar que algo subyace en esas conclusiones? Es decir, no cabe duda que la adicción a las pantallas es un problema real desde que se entra en contacto con ellas pero, ¿no estaremos maquillando un problema que no se manifiesta de una forma tan clara?
Los jóvenes invierten un porcentaje preocupante de su tiempo pegados a sus teléfonos. Las redes sociales, han supuesto un cambio de paradigma en cuanto a las relaciones. Personajes con gran cantidad de seguidores muestran un estilo de vida poco realista, que crea unas espectativas sobre la realidad entre sus fieles, que poco tienen que ver con sus verdaderas posibilidades. Esto, cuando es experimentado por personalidades en construcción, puede producir un conflicto grave. A través de redes sociales, puedo mostrar aquello que quiero que los demás vean de mí. Tengo a mi disposición millones de trampas como filtros, cromas y perspectivas de la cámara. Lejos de vivir las dificultades de la vida real, es mucho más atractivo el mundo ideal de las Apps.
Por otro lado, pese a que siempre ha sucedido, hay otro aspecto que hoy sacude la mente de los más jóvenes. Probablemente, si buscamos entre nuestros recuerdos, recordaremos las dudas e incertidumbre sobre el futuro mientras estudiabas en el instituto o la universidad. El factor estresante de esa situación en la que no ves nada claro, se ve agravado por un mercado laboral tremendamente especializado, mal pagado y sin movilidad. Los influencers, muchos de ellos de alta cuna, y muchos otros “de postureo” envían un mensaje de la inutilidad de los estudios. Nada más lejos de la realidad, sin embargo, quién podría resistirse a intentar lograr el éxito sin madrugar, sin trabajar para otros o inlcuso sin levantarte de la cama. Muchos de estos jóvenes, ven a la generación que les precede, con trabajos convencionales que no llevan a ningún lado. El salario mínimo, el percibido en la mayor parte de los casos, no alcanza ni para sobrevivir. Las generaciones que hoy pertenecen a la juventud, no pueden comprarse una casa, un coche nuevo, hacer un viaje o cenar fuera de casa los fines de semana. La precariedad laboral es un fantasma que recorre nuestra sociedad, de forma silenciosa pero arrasadora.
Desde esta perspectiva, a mi personalmente no me extraña que elijan la vida bella, la vida en la que soy un avatar con la personalidad que todos aplauden, y disfrutando de la inmediatez. Hemos dejado que la inmediatez invada todos los aspectos de nuestras vidas, y esto es peligroso. Cuando visualizamos un tutorial sobre informática, física o matemáticas, aprendemos conceptos en diez minutos. No pensamos en el “backstage”. No pensamos en que el interlocutor del vídeo, ha estudiado durante años y más años, lo que a nosotros nos transmite en diez minutos. Quizás los adultos veteranos, tenemos la capacidad de analizarlo pero insisto, los jóvenes como seres inteligentes que son, prefieren aprender con un video de 10 minutos, en lugar de “malgastar” horas frente a un libro.
Por último, en la última década, se han descubierto diferentes vacíos legales en cuanto a la divulgación de informaciones, veraces o no, sin ningún respaldo científico. Es tal la cantidad de información disponible en internet, sin filtro ninguno, que el empirismo, la objetividad y la selección adecuada de averiguaciones desaparecen.
Este punto de vista, no pretende restar importancia a las preocupaciones sobre el uso excesivo de los teléfonos móviles. Pretende analizar más alla, contraponer lo que hoy son dos realidades, y se usa una, para evadirse de la otra. Quizás, como sociedad, tengamos que replantearnos hacia donde caminamos. Trabajemos la tolerancia a la frustración, lo bello de nuestras diferencias, lo enriquecedor de una conversación informada y lo insignificante de la importancia de nuestros complejos. Aprendamos como sociedad a utilizar las bondades de la tecnología, pero sin abandonar las relaciones personales, los gestos que acompañan a nuestras palabras, disfrutar de los momentos sin la necesidad de que queden inmortalizados en un dispositivo, para eso tenemos nuestra memoria. Ayudemos a los jóvenes, comenzando por nuestras casas, a comprender cuál es su verdadera realidad, llena de olores, sabores y colores. Es cruel, es difícil, pero también puede ser maravillosa. Hay muchas causas por las que luchar, y los jóvenes han de ser parte de esta contienda. Su opinión es importante, y han de pelear por el bienestar como sociedad, no vivir en una invención, una realidad paralela, a veces más aparente y sencilla, pero para nada realista.