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Instrucciones para volver a confiar

Piense en la situación que lo atañe una y otra vez. Sienta el peso de la tristeza: se le oprime el pecho como si tuviera una roca atrancada en el tórax. Reviva aquel momento desagradable y, muy importante, recuerde a la persona en ello envuelta. Seguro sentirá un revoltijo en la boca del estómago, quizá también algo de temblor en las manos y sudoración corporal; esos recuerdos le golpearan. Es el momento en que usted ha dejado de ser el capitán y es ahora el barco. Sienta entonces el turbulento mar que lo navega, que lo lleva de un lado al otro a puro capricho de las olas. Es preciso contar con la plena conciencia de su estado para retomar el mando de la embarcación. Beba agua, mucha agua. Quédese parado frente al espejo. Mire fijamente su rostro. Descubra los surcos que han aparecido desde “aquello” casi sin que usted lo haya notado. 

Respire. 

Ahora sienta cómo su corazón palpita más fuerte de lo normal. Ahí está usted, rodeado de ese resentimiento que lo enferma. Pregúntese si realmente quiere volver a confiar. No lo diga. Confirme que quiere dejar de sentir esa frustración, esa pena. Ya no quiere sentir rencor, entonces piense en el poema de Fernando Pessoa “Grieta” 

«En mis momentos oscuros/ cuando en mí ya no queda nadie/ y todo es niebla y es muro/cuanto la tierra da o tiene» 

Cierre los ojos y vea en su mente el horizonte, deje de ser muro y de ser niebla. Respire y sienta el aire puro entrar en sus pulmones. Sienta que el alivio se instala dentro suyo, primero disolviendo la piedra en el pecho, luego la calma en el latir de su corazón y por último la placidez en su estómago. Vuelva con Pessoa y diga alto y duro: 

«Si al erguir la frente un instante/ de donde en mí fue enterrado/veo el lejano horizonte/ lleno de sol puesto o nado/ revivo, existo, conozco/ y aunque sea ilusión/ el exterior en el que olvido/ nada más quiero ni pido: le entrego mi corazón» 

Inhale y exhale cuantas veces sea necesario. Sienta que cada vez que lanza aire expulsa rencor. Sienta la necesidad de correr sobre ese pasto que rodea el horizonte donde usted está parado. Sienta sus piernas, lo sostienen entero. Está entero y no en piezas. Dígase a usted mismo que ya ha llorado lo suficiente y que no pasará un día más siendo el barco, ahora sea el capitán. 

Alcanzado este momento aférrese al timón, usted ya sabrá hacia dónde dirigirse.

María Fernanda Rodríguez

Escritora ecuatoriana viviendo en Canadá. Escribo sobre lo que me inquieta.

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