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Imagina dejar de fingir orgasmos

orgasmos

Vivimos en una sociedad patriarcal, de eso no cabe duda a estas alturas. Y si algo sabemos de este sistema, es que acaba permeando cada milímetro de nuestras vidas. Tanto, que acabamos por sentirlo (casi) nuestro. No importa si se trata de patriarcados de coerción o de consentimiento, nada ni nadie es ajeno al impacto de una ideología que tan solo entiende de poder.

El poder de unos pocos: los varones.

Y, por supuesto, la sexualidad no se libra de las feroces garras del sistema patriarcal. De hecho, el sexo constituye una de las armas de control masivo más eficaces de la historia. Desde la obligación reproductiva, la negación del placer de las mujeres, hasta la explotación y el abuso sexual más violento, nuestra sexualidad ha sido siempre un bien común. Un bien que se toma y se deja, que se compra y se vende. Un premio al mejor postor, que siempre es un hombre, por supuesto.

Patriarcado y sexualidad

Sucede una cosa muy curiosa en la actualidad: cuando voy a los centros educativos a dar clases de educación afectivo-sexual, un gran número de mujeres jóvenes —en su mayoría adolescentes de entre 12 y 18 años— me miran con asombro cuando abro el melón de la sexualidad patriarcal. Yo les hablo del mandato de la heterosexualidad, la maternidad y de tantas otras fórmulas de control sexual vigentes en nuestro tiempo, y ellas me dicen que “eso a ellas no les pasa”, que ellas ya están liberadas sexualmente, que ellas ya hacen “lo que les da la gana”. Pobres ingenuas, pienso yo. Con todo mi cariño y toda mi empatía, eso sí. Pero es que esta es la viva estampa de lo que ha supuesto la alianza patriarcado-capitalismo: una generación de mujeres jóvenes que se creen libres porque ahora el sistema les permite autocosificarse y autoexplotarse a sí mismas. Pero basta con rascar un poquito en sus vivencias para encontrarnos de bruces con algunos de los grandes pilares de la sexualidad patriarcal. No falla. Siempre hay algo. Aunque todavía no puedan verlo o identificarlo como tal. Pero ahí está. Ahí está la semillita y ahí está el mandato. Y es que una de las características más significativas del patriarcado es su gran capacidad de adaptación al medio. No por nada es uno de los sistemas de poder más antiguos que se conocen —y que continúa funcionando en todo el mundo, por cierto.

Por eso insisto en la necesidad de hablar de patriarcado, del sistema sexo-género o de derechos sexuales. Porque la ideología patriarcal lo impregna todo y, por muchas capas de brilli brilli que le pongan algunos (y también algunas), continúa siendo lo mismo de siempre: un sistema que explota a las mujeres. Como profesionales de la educación sexual, pero también como madres, padres o simplemente como personas que luchamos por construir una sociedad verdaderamente democrática, debemos trabajar para desmontar todas las estructuras de poder que continúan amenazando el libre desarrollo de nuestra sexualidad. Entre ellas, algunas de las más arraigadas en nuestra cultura son la heterosexualidad, la monogamia y el falocentrismo. Ahí es nada.

El feminismo como camino

Gracias al pensamiento feminista, ahora sabemos que nuestra sexualidad no es nuestra. O, al menos, que no lo ha sido durante demasiado tiempo. Y ya es hora de reapropiarnos de ella. Hacerla nuestra. Respetando nuestros tiempos, escuchando a nuestros cuerpos y, lo más importante, cultivando nuestro deseo.

El feminismo es el camino, no lo dudemos. Si existe una manera de acabar con la explotación y la violencia que continúa ejerciéndose a diario sobre los cuerpos de las mujeres, es a base de feminismo. De feminismo y de una buena educación afectivo-sexual, eso también, ¡por supuesto! 

Cada vez somos más las mujeres que nos atrevemos a romper el silencio, que alzamos la voz —y no para fingir un orgasmo, precisamente—, sino para exigir lo que nos pertenece: nuestro placer. El placer sexual de las mujeres. Nuestro deseo. Nuestras ganas. Nuestra capacidad para sentir y disfrutar de nuestra sexualidad.  

A las mujeres no nos falta deseo sexual, como muchos hombres todavía intentan hacernos creer. Lo que nos falta es más buentrato y menos violencia, más respeto y menos miedos, más tiempo y menos carga mental. La receta es fácil: menos pastillas y más libertad. Pero libertad real. De la de verdad. De aquella en la que no existe el estigma, la presión ni la fuerza. Una libertad que nos permita ocupar el lugar que nos pertenece por naturaleza: el de seres deseantes, y no solo deseados.  

Hacia una sexualidad feminista

Pero, ¿y qué podemos hacer nosotras para integrar una mirada feminista a nuestra vida sexual? Bueno, obviamente, ninguna de nosotras vamos a lograr acabar con el sistema patriarcal de la noche a la mañana tan solo por llevar el feminismo a nuestras camas. Es absolutamente imprescindible que también se den ciertos cambios a nivel cultural e institucional para que la idea de que “una sexualidad feminista es posible” cale verdaderamente en la sociedad. Sin embargo, tampoco hemos de subestimar el poder de la acción individual. ¿Te imaginas que, de repente, todas las mujeres heterosexuales del mundo dejasen de fingir orgasmos? ¿O que se negasen a ser penetradas sistemáticamente? Imagina, por un momento, cómo sería nuestra sexualidad si dejásemos de consentir, de asumir, de apretar los dientes, de acceder, de aguantar, de hacer la vista gorda a prácticas y actitudes que, lejos de darnos placer, nos dañan profundamente. Imagina poner de moda el vulvocentrismo y que, a partir de entonces, todo girase en torno a la estimulación —y veneración— de la vulva y acabásemos de un plumazo con el dichoso coitocentrismo. Una fantasía, ¿verdad?

Pero más allá de esta sutil llamada a la rebeldía, lo que intento proponerte aquí es que te replantees tu sexualidad. Que pienses en lo que estás recibiendo, lo que necesitas, lo que te pide el cuerpo y, sobre todo, lo que deseas. Y, si tu sexualidad soñada y tu sexualidad real no concuerdan… ¡que te pongas manos a la obra! Puedes empezar por cambios muy muy pequeños, casi imperceptibles, pero de esos que dejan poso. Empieza por ti. Siempre por ti. Replantea tus sesiones masturbatorias. Los juguetes eróticos que utilizas —e incluso si necesitas utilizar asistentes de este tipo. Prueba nuevas técnicas. Atrévete. Conócete. Explórate. Repito: empieza por ti. 

Y luego, por supuesto, amplía tu particular revuelta sexual a tus encuentros eróticos con otras personas. Piensa en feminismo. Mete al feminismo en tu cama. Practica el feminismo con tus amantes. Solo así lograremos construir una sexualidad feminista que celebre el placer de las mujeres. ¿Qué me dices? ¿Te unes a la revolución sexual feminista?

Patt Oliver

Sexóloga, feminista y experta en cooperación internacional. Ama los libros y escribir.

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