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“Hola, soy Sofía y soy adicta…”

Sofía
Fuente: @sofia.squittieri

Crónica: 48 horas sin comer

El ayuno intermitente y la dieta cetogénica se han puesto de moda, es innegable. Es por ello que decidí investigar qué es y en qué consiste. Así pues, lo explico brevemente: El ayuno intermitente consiste en no comer de manera voluntaria durante un período de tiempo, habitualmente comprendido entre 12 y 16 horas. Esto permite al cuerpo quemar la grasa almacenada, ya que el nivel de insulina desciende tanto que comenzamos a extraer glucosa del depósito para obtener energía -el glucógeno, descompuesto en moléculas de glucosa, es la fuente energética de más fácil acceso-. El cuerpo puede abastecerse así entre 24 y 36 horas. A partir de este momento, es cuando comienza a quemar la grasa almacenada para usarla como fuente de energía. Este tipo de ayuno se practica diariamente convirtiéndose así en un estilo de vida. No hay restricciones respecto a lo que se puede o no comer durante los períodos de ingesta, pues no se trata de una dieta. La dieta cetogénica consiste en combinar esta forma de gestionar la ingesta de alimentos con una dieta baja en carbohidratos. Además, es habitual que, a modo de ritual de limpieza, se hagan ayunos esporádicos de entre 24 y 48 horas. 

“Decido estar 48 horas sin comer y sufrirlo hasta las últimas consecuencias”

Cuando leí esto último, me impactó. ¿Sería yo capaz? Me planteé el no comer durante dos días. No por desintoxicarme, ni por adelgazar, sino porque me considero una adicta a la comida. Me encanta comer. Y el simple hecho de imaginarme dos días consumiendo únicamente agua, ya me provocaba ansiedad. Y si algo provoca ansiedad hay que enfrentarse a ello. 

Así que decido desafiarme. Decido estar 48 horas sin comer y sufrirlo hasta las últimas consecuencias. Quiero demostrarme que no dependo de la comida, y que con fuerza de voluntad puedo conseguir lo que quiera. Y lo conseguí (ahora sí que sí, sueno como una verdadera adicta a la comida, pero es que está tan buena). He de confesar que no fue para tanto, a excepción de ciertos momentos puntuales. Con todo, me alegro de haberlo hecho. He descubierto aspectos míos que desconocía hasta el momento y ha sido precioso dejar sorprenderme por mi naturaleza humana y animal. Ver cómo mi cuerpo reacciona y se comporta de manera primitiva, más allá del control que mi mente ejerce sobre él. 

“Comparto mi experiencia con ese único objetivo: el de compartir”

16:30 Termino de comer y me preparo para mi última ingesta antes de comenzar las 48 horas de ayuno: un café americano con un poco de leche. Termino el café. Son las 17:00 de un domingo, hasta el martes a las 17:00 me voy a alimentar únicamente a base de agua (y del glucógeno almacenado en mi cuerpo. También, de grasa corporal). 

18:00 Normalmente no ingiero alimentos en la siguiente hora de terminar de comer, pero no sé qué me pasa. Estoy obsesionada. Estoy descubriendo que como por inercia, sin hambre, por costumbre. Me sorprendo yendo automáticamente a por unas nueces y al rato, yendo hacia los armarios de la cocina con la intención de comer cualquier cosa. No ha pasado ni una hora. No es hambre. ¿Será ansiedad? Es todo mental, eso seguro. 

21:00 Voy en el tren. Me entra un poco de hambre. Una pasajera come pipas tijuana. El olor es muy intenso. Tengo hambransiedad (sí, me acabo de inventar una palabra). Mi “malestar” es mental, hambre no tengo. 

00:00 Llego a casa, la costumbre me obliga a mirar qué tengo en la nevera y en el armario, mi mano va prácticamente sola a coger algo para picar. Pero no tengo hambre. Me voy a la cama. 

06:00 Me despierto con mucho frío, será que han bajado las temperaturas. Me cuesta volverme a dormir. No tengo hambre, pero este frío intenso a estas horas sin motivo aparente es la primera vez que me pasa. Atraso el despertador

15 horas y 30 minutos de ayuno. 

08:30 Suena el despertador. Me levanto y entreno (cardio y algo de musculación). Me encuentro bien, me tomo un café solo

09:30 De camino al metro, y casi sin poder controlarlo, mi vista se va a los locales de comida, pienso en qué es lo que podría comprarme. Pero… ¡nunca compro nada de camino al metro! Creo que estoy obsesionada mentalmente con el ayuno y mi cerebro reacciona así. En el vagón del metro voy alerta a la gente que está comiendo. Cualquier ruido que pueda ser de un envoltorio, de un pan crujiendo, me llama la atención. Aunque no lo sea. Mi mente piensa que los sonidos son algo relacionado con comida. ¡Qué raro! Apenas han pasado 16 horas y media. 

10:00 Llego a la oficina. Hay mucho trabajo, no tengo hambre, aunque sí tengo sueño. 

11:30 Mi compañera, mi jefe y yo hablamos de comida durante 30 min. De chuletones y tomates. ¿Siempre hablamos de comida y nunca le he dado importancia o es que inconscientemente estoy deseando comerme ese chuletón? 

13:00 Me tomo un café, americano, sin leche ni azúcar, a palo seco. Estoy bien. 

16:30 Me tomo otro café americano y sin azúcar. Estoy ocupada y se me olvida si tengo hambre o no. Mi atención no está ahí. Lo que sí que tengo es sueño. No he dormido muy bien. Nuevamente, 20 minutos hablando de comida con mi jefe. 

24 horas de ayuno 

18:30 Tengo mucho hambre. Huelo canela. He leído que ayuda a eliminar la sensación de hambre. Es mentira. 

19:30 Salgo de la oficina. Paso por el supermercado, tengo que comprar cuchillas de depilación, me compro también bebidas “sin calorías” (vamos, CocaCola Zero). Tengo mucho, mucho, hambre. Decido evitar los pasillos con comida vista. Nuevamente, cualquier ruido de un papel u envoltorio capta mi atención para ver si es algo de comer. Noto mis sentidos completamente alerta. Me siento como un animal buscando a su próxima presa. De verdad, creo que mis sentidos se han agudizado. 

20:00 Llego a casa, sigo teniendo hambre. La CocaCola Zero ha ayudado a calmar el hombre durante un ratito, pero creo que el sentir el gas me ha generado más ganas de comer. Me duele la cabeza. No sé si es de dormir mal o de no comer. Me tomo un ibuprofeno. Hablo con mi entrenador personal durante 40 min, percibo que él quería colgar antes, pero tener una actividad me mantiene distraída. Cuelgo y me vuelve el hambre. 

21:00 Me doy un baño, sí, en la bañera, a ver si me relajo. Es el primer baño en bañera de mi vida adulta. Me depilo con mi cuchilla nueva y de pronto, me empiezan a dar taquicardias seguido de un ataque de ansiedad. Tengo mucho calor. Siento el peso del agua de la bañera sobre el cuerpo, me aplasta, me oprime el pecho y no puedo respirar. No me termino de depilar. No me ducho. No puedo. Tengo que salir de la bañera, me agobia. Tengo que salir ya. No encuentro la fuerza para salir, casi no puedo ni moverme. Salgo. El fresquito que percibo al estar mojada, me sienta bien, pero me sigue costando respirar. Hago ejercicios respiratorios. Estoy mejor. 

22:30 Me preparo un caldito de pollo con mucha sal. Me calma el hambre. (No vale cualquier caldito, este tenía en total 3 calorías.) 

00:00 Vuelvo a tener un poco de ansiedad. Me tumbo sobre mi cama de pinchos -de flores de loto-. A ver si así me relajo. 

00:30 Me voy a dormir. 

2:30 Me despierto, voy al baño y me vuelvo a la cama, pero me cuesta dormirme. El corazón me late muy fuerte. 

4:30 Me despierto, voy al baño. No puedo dormir. Me masturbo. 

6:30 Me despierto, voy al baño. Caigo rendida. El corazón me va a mil. 

8:00 Me despierto, voy al baño. Ya me levanto, aunque a la alarma de mi despertador le queda media hora para sonar. Siempre retozo en la cama hasta el ultimísimo momento. Taquicardia. Estoy agotada. Entreno. No tengo energía. Me ducho, me visto y me tomo un café americano sin leche. Me encuentro mal. 

41 horas de ayuno 

10:00 Llego a la oficina, por el camino creía que me iba a desmayar, no sé si es el cansancio -de no dormir bien- o el ayuno. 

12:30 Me preparo un té. Estoy cansadísima, me duele la cabeza. He dormido fatal. 

13:00 Me bebo una infusión. Empiezo a escribir este artículo. El concentrarme me ayuda a olvidarme de que me encuentro como el culo. No tengo energía, me duele la cabeza y tengo mucho sueño. 

14:00 Me voy de la oficina, hoy es un día especial y tengo permiso para salir antes. Solo quiero meterme en la cama y dormir. 

16:00 He dormido una hora sin problema. Son casi las 16, me queda solo una hora de ayuno. Me encuentro bien, tengo energía, a lo mejor solo tenía sueño. 

16:50 Salgo a hacer la compra. 

48 horas de ayuno 

17:00 De camino al supermercado, me como una naranja. Está deliciosa. Nunca una naranja me había resultado tan sabrosa. Me sienta muy bien, pero me llena. 

18:00 Llego a casa y me tomo una sopa de las contundentes con un huevo. Hoy hay cena en casa con amigos. Me pongo a cocinar, estoy llenísima. 

20:00 Me tomo una cerveza y me sube enseguida. 

Tras esta experiencia he llegado a las siguiente conclusiones: Si quieres ahorrar dinero y emborracharte con una cerveza, deja de comer durante 48 horas (Es broooma). Experimentar estar 2 días sin comer ha sido, cuanto menos, interesante. Me he dado cuenta de que: 1. He creado una especie de rutina o una serie de costumbres de las que no era consciente, como llegar a casa, automáticamente mirar qué hay en la nevera, y picotear. 2. Picoteo mucho, muchas veces al día. 3. Mi relación con los alimentos no es la que pensaba. Es verdad que me gusta comer rico, y disfrutar de los sabores, pero cuando picoteo, no sé ni lo que estoy comiendo. 4. Habitualmente como sin hambre. 

También me ha servido para probar mi fuerza de voluntad, para demostrarme que mi mente es fuerte y que puede/o lograr lo que se/me proponga. Además, la realidad es que PUEDO estar 48 horas sin comer. Lo sé, suena obvio, pero saberlo hace que la necesidad de “comer por comer”, pase a ser un capricho. De hecho, a posteriori, algún día que he comido muy tarde, o que no me ha dado tiempo, he podido controlar el hambre con la mente -o simplemente he pasado de ella-. 

Ha sido un verdadero placer: 

  1. Comer algo sabroso y jugoso, como la naranja. Redescubrir su sabor, su textura, su dulzura y ese punto amargo y cítrico.
  2. Sentir el hambre, real. Se me había olvidado qué era eso -si es que alguna vez lo había sentido-. 
  3. Notar mis sentidos alerta a cualquier sonido, olor, color. Ha sido impactante y muy divertido. Me he sorprendido a mí misma y eso no tiene precio.
  4. Darme cuenta de que no es verdad que necesitamos tanta energía de los alimentos, no necesitamos comer tanto. Pude seguir con mi rutina de entrenamiento sin problema; de hecho, me ha sorprendido la cantidad de energía con la que me levantaba por las mañanas. 5. Ver que el cuerpo se acostumbra. Creo que podría haber seguido más tiempo sin comer. 

Después de esta experiencia con sus posteriores reflexiones he realizado una serie de cambios en mi vida: 

  • Espero a tener hambre para comer.
  • Intento comer por necesidad.
  • Me paro a saborear cada bocado buscando experimentar una sensación parecida a cuando me comí esa naranja.
  • Me esfuerzo por no picotear, y si lo hago que sea por hambre. Si lo hago por inercia, por lo menos que sean cosas sabrosas y que disfrute.
  • Entreno en ayunas (solo cuando entreno por la mañana).
  • Me bebo solamente un café con leche al día. (Parece que le pillé el gusto a lo del café solo). 

Si bien, no sé si este ayuno sirve o no para desintoxicar el cuerpo y no he llegado a probar el ayuno intermitente junto con la dieta cetogénica, esta experiencia me ha servido de aprendizaje. 

Sofía Squittieri

Comunicadora como actriz, guionista, monologuista o escritura, siempre soñadora.

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