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Haz tu propio viaje

En ciertos momentos de la vida sentimos un vacío inexplicable, una ausencia que nos pesa en el alma, como si algo esencial se hubiera extraviado en la rutina. El bullicio cotidiano nos ahoga, impidiéndonos escuchar la melodía interna que nos define. A veces, todo lo que necesitamos es un respiro, una pausa lejos del caos, donde lo único audible sea el latido de nuestro propio corazón. Emprender un viaje en solitario no es únicamente trasladarse a otro lugar, es sumergirse en un proceso de autodescubrimiento, un desafío a nuestros miedos, una invitación a reconstruirnos lejos de lo familiar. Es alzar la vista hacia el horizonte y decidir avanzar sin cadenas, sin certezas absolutas, pero con la convicción de que en el camino encontraremos las respuestas.

La independencia comienza cuando comprendemos que no necesitamos la aprobación de otros para explorar el mundo y nuestra propia esencia. Durante años nos han hecho creer que la soledad es sinónimo de vacío, que solo en compañía se puede hallar la verdadera felicidad. Pero cuando decidimos caminar sin la sombra de los demás, nos damos cuenta de que la mejor aliada que podemos tener es nuestra propia presencia. 

“El descubrimiento más maravilloso que experimenté luego de viajar sola fue dejar de hacer planes solo para llenar el tiempo”. (Pizzi, 2024)

Comprendemos entonces que un viaje no es solo un conjunto de destinos trazados en un mapa, sino una colección de momentos donde aprendemos a fluir con la vida, a sentir sin prisas y a dejarnos sorprender. Cada travesía nos moldea, nos transforma. La primera vez que partimos sin compañía sentimos inquietud, una extraña mezcla de miedo y emoción que nos sacude el alma. Pero pronto comprendemos que la incertidumbre es la mejor maestra, la que nos obliga a descubrir nuestra fortaleza. Al recorrer calles desconocidas, al sentarnos solas en un café con un libro como único compañero, al escuchar idiomas ajenos, entendemos que la soledad no es desamparo, sino una oportunidad para encontrarnos con nosotras mismas de un modo más profundo.

Explorar nuevos destinos es también explorar nuestras emociones, nuestras inseguridades y sueños. Dejar atrás la comodidad nos obliga a replantearnos quiénes somos, qué deseamos y hacia dónde queremos dirigirnos. Con cada paso reafirmamos nuestra capacidad de afrontar lo inesperado, de hallar seguridad en lo desconocido. Aprender a estar solas es un ejercicio de autonomía, un acto de amor propio en el que demostramos que podemos construir una vida plena sin depender de nadie más.

Observar el pasado con gratitud en lugar de apego es un arte que se perfecciona con el tiempo. Cuando aprendemos a valorar nuestros momentos de introspección, podemos elegir con mayor claridad los espacios y las personas con las que queremos compartir nuestra vida. Cada experiencia nos aporta enseñanzas que nos fortalecen y nos invitan a evolucionar. Al soltar lo que nos pesa, encontramos la ligereza de la verdadera libertad.

Para empezar…

Viajar sola ha sido una de las experiencias más significativas de mi vida. Durante mucho tiempo temí enfrentarme a mis propios pensamientos, pero cuando decidí alejarme de lo familiar, descubrí que la única validación que realmente importaba era la mía. Cada decisión tomada en el camino reflejaba el amor y la confianza que poco a poco iba cultivando en mi interior. Con cada trayecto desconocido, con cada conversación improvisada, reafirmaba mi capacidad de sostenerme, de ser suficiente sin necesitar una red externa para validarme

El miedo a lo incierto es una construcción mental que nos limita, pero cuando damos el primer paso, nos damos cuenta de que somos mucho más fuertes de lo que creíamos. Cada encuentro inesperado, cada obstáculo superado, nos convierte en versiones más valientes de nosotras mismas. Viajar en solitario no es huir, es reconciliarnos con nuestra historia, aprender a abrazarnos sin condiciones, mirar atrás sin culpa y darnos la oportunidad de empezar de nuevo cuantas veces sea necesario.

Cada destino, cada rincón explorado, cada amanecer visto desde una nueva perspectiva nos recuerda que la transformación es un viaje continuo. No hay certezas absolutas ni caminos sin desvíos, pero en cada experiencia ganamos algo invaluable: el conocimiento de nosotras mismas. En la soledad aprendemos que la vida es un lienzo en blanco y que nosotras tenemos la libertad de trazar nuestro propio diseño. 

ES POR ESO QUE!!

A veces, la mayor lección no está en los destinos visitados, sino en la valentía de habernos atrevido a partir. No es la distancia lo que nos cambia, sino la posibilidad de vernos desde otra perspectiva, de descubrir facetas desconocidas en nosotras mismas. El mundo está lleno de rincones por explorar, pero el viaje más importante siempre será el que nos lleva hacia nuestro interior.

Al final, todo se reduce a una decisión: permanecer en lo conocido o atrevernos a explorar nuevas versiones de nosotras mismas. La vida es una aventura constante, y con cada paso que damos fuera de nuestra zona de confort, nos acercamos más a la plenitud y a la seguridad en nuestra propia esencia. No hay mayor hazaña que abrazar nuestra autenticidad, sin miedo al juicio, sin excusas que nos detengan, con la certeza de que el mundo está lleno de posibilidades esperando a ser descubiertas.

AHORA QUIERO DECIROS

En el eco del silencio, encontramos nuestra propia voz, una que el tiempo había adormecido, un murmullo que el miedo sepultó, y que hoy renace con más fuerza. En cada paso sin sombra, hay que reconocernos y estrecharnos en un abrazo, no somos lo que fuimos, ni lo que seremos, pero en este instante cada quien se pertenece. Que el viento marque el destino, que el mar refleje esos anhelos, que la noche susurre secretos, que en la soledad, también poseemos.

Y cuando el camino se torne oscuro, recordaremos que dentro de nosotras arde una luz. No necesitamos certezas ni senderos marcados, sólo el coraje de seguir avanzando. Porque en cada paso, en cada susurro del viento, en cada estrella que brilla en la noche, nos descubrimos más fuertes, más libres, más vivas que nunca.

Y así, con cada amanecer, comprendemos que la vida no espera, que el tiempo sigue su curso y que cada instante es una oportunidad para reinventarnos. Caminaremos con la certeza de que cada paso es una declaración de amor propio, un pacto de confianza con la persona en la que nos estamos convirtiendo. No hay prisas, solo el deseo inquebrantable de seguir descubriendo el mundo y, en el proceso, descubrirnos a nosotras mismos.

Elisa Jhoselinia Susanibar Carlos

Una escritora y apasionada por la poesía.

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