Las palabras son importantes. No existe consenso en la definición de terrorismo. No es de extrañar, entonces, que los estados eviten firmar convenios globales de cooperación antiterrorista. Tampoco debería sorprender que ciertos cargos políticos eludan su uso, o que algunos medios de comunicación esquiven la palabra, en aras de primar el valor informativo, dicen, por encima de la etiqueta y su peso.
Para comprender un concepto es preciso regresar a sus raíces. Viajemos hacia los inicios del terror organizado.
Los sicarios y los asesinos fueron, literalmente, los primeros terroristas constatados. Curiosamente, judíos e islamistas, los que hoy vuelven a ser protagonistas.
El primer terrorismo documentado surgió en los años ’60 y ’70 del siglo I d.C. Durante el Imperio, se generó un movimiento judío que se enfrentaba a la dominación romana. Dentro de los llamados zelotes, a su vez, se formó un grupo adyacente extremista: los sicarii. Se llamaban así por la sica, la daga que utilizaban para degollar legionarios romanos a plena luz del día y en plazas abarrotadas. Que todo el mundo lo viera.
En los siglos XI y XII apareció la secta chiíta Shi’a Ismaili, por Persia y Siria, que dio lugar a la creación de la banda de assasins, hashhashin, llamados así porque para luchar se atiborraban a hachís. Batallaban con cruzados cristianos, pero también contra musulmanes sunnitas. No había piedad para el enemigo.
Podríamos recurrir a más, pero avancemos. Los terroristas no solo son pequeños grupos revolucionarios. Siguiendo con su revisión histórica, el terrorismo moderno nacería en la Revolución Francesa y lo personificaría nada menos que un mandatario, Robespierre. Aquí ya hablamos de terrorismo de Estado, que terminaría por aparecer también al otro lado del mundo, desde Pinochet, la Junta Militar argentina, Pol Pot en Camboya, hasta los sistemas nazi y estalinista. El totalitarismo, en definitiva, como régimen caracterizado por el recurso al terror. Ya no son cuatro encapuchados.
David Rapoport, eminencia de los estudios en terrorismo, trazó varias oleadas. Cada una se extiende, aproximadamente, lo que dura una generación.
- La oleada de la Rusia zarista (1880).
Sus protagonistas eran anarquistas rusos inspirados por Bakunin. Se crea la Narodnaya Volya, grupo que llegó a argumentar que el terrorismo suponía el modo más humanitario de hacer la revolución, porque el número de sus víctimas siempre sería muy inferior al que provocaría una lucha de masas. Cuestión de números.
- La oleada anticolonial (1917 – 1965).
Aquí emergen grupos que abogan por la libertad, esto sería, la lucha por el derecho a la autodeterminación, que nos suena de algo.
- La ola de la nueva izquierda y la nacionalista (nace tras las agitaciones sociales del ’68 y se extiende por los años 80).
Ante la proliferación de gobiernos dictatoriales, surgen movimientos paramilitares y guerrilleros. Desde América Latina (Sendero Luminoso en Perú, Tupamaros en Uruguay, Montoneros argentinos), hasta Asia y Oriente Medio (conflicto árabe-israelí, creación de la OLP). En Europa aparecen las Brigadas Rojas italianas, RAF en Alemania, IRA en Irlanda, y en España FRAP, ETA y GRAPO. Se observa cómo la lucha, ahora, traspasa fronteras (la OLP, por ejemplo, atentó más en Europa que los europeos en su propio suelo). Proliferan explosiones y asesinatos.
- La ola islamista (nace tras la Revolución Iraní de 1979. Recomiendo la película ‘Persépolis’).
Surge el integrismo religioso. Aparece la Yihad islámica, Hamas, Al Qaida y más. El debate sobre su teorización colapsa a partir del 11-S. El terrorismo de corte islamista se convierte en un problema de seguridad internacional. Los atentados ya son a gran escala.
En la historia queda plasmado que la extensión del miedo puede ser usada tanto por luchadores por la libertad, como por grupos paramilitares, sectas, y también estados, tanto democráticos, como dictatoriales.
En un conflicto convencional, en una guerra asimétrica, o en el interior de un propio sistema gubernamental: el terrorismo tiene unas claras características que sí son fáciles de observar, y cualquier bando puede ejercerlo. Y su inspiración puede abarcar ideologías tan parecidas como opuestas. El terrorismo como degeneración última de la teoría de la herradura.
Es una estrategia. Y se basa en la propagación del terror. Una sucesión planeada y deliberada de violencia e intimidación sobre la población no combatiente, y los fines suelen ser siempre políticos, aunque los vistan de teorías o religión. Se busca ejercer influencia, y los daños van más allá de lo físico o material. Se usa la psicología del miedo.
Algunos analistas apuntan que estamos cerca de entrar en otra oleada. La violencia política adoptará nuevos canales, idearios y vocablos. Siempre habrá varias versiones, de contrincantes y de informantes.
Mientras unos se enzarzan en debates semánticos, la sociedad debería aprender a identificar por sí sola qué es terrorismo y quiénes son los terroristas. El contexto y sus actores pueden distraer: un mismo concepto puede vestirse de letras distintas. Las palabras son importantes. Pero más importante es saber interpretarlas. Lean entre líneas.
En cierto modo, si queremos causar miedo, terror, etc, todos somos terroristas. Yo prefiero estar FUMADO.