Entre la alfombra roja de la MET gala, que este año ha pasado de ser una extravagante mirada ultravanguardista a una incómoda vuelta al pasado, y la lona publicitaria de una pseudo conocida clínica estética, que decidió que considerar el cuerpo de las mujeres «panorama de las playas» era un magnífico claim, la semana pasada parecía un mal viaje en el tiempo.
Pero las redes sociales, en las que sometemos a sobreexposición nuestra imagen y escudriñamos vidas ajenas, no solo sirven para bombardearnos con cánones de belleza alcanzables únicamente por la Inteligencia Artificial, también son una poderosa herramienta con la que convertir en acción nuestras voces. Por un lado, gracias a la indignación de muchas mujeres interpeladas por la campaña publicitaria y unidas en la protesta, la clínica ha pedido perdón, y ahora los que deben «cambiar» el panorama estival son ellos quitando la lona. Y, por otro, tras la amalgama esperpéntica de los modelos lucidos en la gala destinada a recaudar fondos para el Instituto del Traje del Museo Metropolitano de Nueva York, Anna Wintour, organizadora del evento, salió a ofrecer disculpas asumiendo la «confusión» que habría generado el nombre elegido como código de vestimenta: «Jardín del Tiempo». Quizá para la editora en jefe de la revista Vogue, a la que no escuchamos entonar el mea culpa con facilidad, tampoco haya pasado desapercibida la ironía. Todos sabemos que esta Super Bowl de la moda, en tanto que arte, siempre trae controversia, pero quizá este año la propuesta que, según Wintour comentó semanas antes, vaticinaba una eclosión floral, ha sobrepasado los límites de la habitabilidad y la dignidad, convirtiéndose en una pasarela de mujeres inmovilizadas, como antaño, por vestidos imposibles de vivir.
La archiconocida serie Mad Men nos enseñó cómo el marketing se nutre de nosotros, cómo escucha nuestros deseos y los convierte en necesidades, recolecta nuestros vicios y nos los vende como virtudes, observa nuestros miedos y los disfraza de privilegio. No desveló que la publicidad se basa en la felicidad, y que son «ellos» quienes juegan con el poder de generárnosla. Ellos, digo bien, porque también nos mostró que los que deciden qué y cómo se publicita son, mayoritariamente, hombres. Muchos de ellos con una visión de la mujer en el mundo que, a las lonas me remito, poco se aleja hoy de la que desarrollaron los guionistas de la serie, ambientada seis décadas atrás.
En los últimos ocho años las cirugías estéticas han aumentado un 215% (un 85% en las mujeres, y un 15% los hombres), la edad media del primer retoque estético ha bajado a veinte años, y la operación que más solicitan las mujeres tiene que ver con el pecho, fundamentalmente aumentos (más del 50%). He tenido que buscar los datos exactos pero, me temo, tampoco me sorprende. Compruebo en mi día a día cómo mi percepción de rostros y cuerpos se ve afectada por el scroll infinito en el que consumo tiempo, demasiado de mi tiempo, tentada por la opción del uso de filtros o aplicaciones de retoque, distorsionada por las comparaciones con otras mujeres que se han esculpido a base de inyecciones y cirugías. Algunas de ellas, por cierto, incómodas protagonistas de la MET gala.
Tener al alcance instrumentos para mejorar nuestro físico conlleva una responsabilidad. Con nosotras y con las que nos observan. Y cada una, sin duda, debe establecer sus límites, y cada cual, por supuesto, hacer lo que le dé la gana. ¿Cómo se consigue ese equilibrio? Desconozco la receta pero la busco cada día. Por eso me he dado cuenta de que la clave, una vez más, está en las amigas. Entre nosotras, las mujeres que nos miramos con amor y nos decimos las verdades con el mismo. Las que nos cuidamos porque nos queremos y nos queremos porque nos cuidamos. Las que deseamos ser felices juntas porque cuando lo estamos lo somos más. Los movimientos de estos días nos confirman que ya no tienen suficiente anestesia para todas. Pero la empatía puede ser usada de manera muy perversa, así que, hago un llamamiento, queridas todas, ¡mantengámonos despiertas! Juntas y despiertas. El panorama ya ha cambiado y no vamos a volver a meternos en jardines de otros tiempos.