Érase una vez, una princesa, que vivía en un castillo, que cantaba a los pájaros y se peinaba todo el día. Una tarde en un paseo conoció a un príncipe, el que se enamoró de inmediato de ella, le pidió la mano a su padre, se casaron y vivieron felices comiendo perdices el resto de sus vidas.
Esta no es la historia de ninguna de nosotras. ¿Verdad?
Acabo de ver la película Barbie. La vi dos veces en menos de cinco días. La primera con mi hija. La segunda con mi esposo. En ambas oportunidades pude verme, ver a mi pequeña, y verlo a mi marido tan claramente reflejados en los personajes cuasi caricaturescos, que me dio miedo.
Durante generaciones, a nosotras, las nacidas mujeres, nos han criado jugando a las muñecas, con la cocinita, la planchita y el carrito de compras. Crecíamos con la idea fija de casarte de blanco, para terminar, compitiendo con otras hembras por el número de bebes y el tamaño de tus fiestas.
Luego crecerías y querrías ser como una Barbie, con una cabellera rubia de envidiar, de piernas larguísimas y pies delicados, cuerpos super flacos hasta parecer desproporcionadas, y por supuesto tener un sinfín de vestiditos, zapatos, y accesorios que te embellezcan aún más.
A ellos, los nacidos hombres, los han criado para ser fuertes, musculosos, sin llorar, ya que eso no es de ‘hombre’, jugando a los autitos o con los soldados. Cuando crecían, solo competirían entre ellos para ganarse a la más linda de la clase, con la cual lucirse, y la que, luego de la boda, les cocine, lave, planche, se ocupe de la casa y criar a los hijos. Y por supuesto, el auto. Esa obvia extensión de su masculinidad.
Gracias a la evolución de las especies, hoy por suerte, ya no seguimos los códigos sociales impuestos por generaciones antepasadas. Pero creo fervientemente, que muchos de nosotras y nosotros, estamos aun tratando de encontrarnos.
Las nacidas mujeres aún estamos peleando por nuestro sitio en el mundo, en las corporaciones, en los gobiernos, y en la sociedad. La mayoría de nosotras no tiene piernas infinitas, con un guardarropas que daría envidia a la realeza europea. Así que la luchamos con educación, talento y esfuerzo.
Los nacidos hombres están pudiendo llorar en público sin ser rotulados de nada, pueden abrazar a sus hijos sin miedo a perder la hombría, y disfrutan hacer tareas que antes eran solo destinadas a las mujeres, como por ejemplo ser enfermero, estilista o bailarín.
Y en el medio de ambos, hay millones de seres con esperanza de que, algún día puedan encontrar su lugar en los libros sin que sea, por ello, considerado algo raro o mal visto.
Como diría el maestro Goyeneche, es un Cambalache. Pero yo estoy segura de que este lio de definiciones, es uno de los buenos, uno de esos los que, luego de la tormenta, llegás al puerto.
Por primera vez en la historia, la raza humana está tirando para el mismo lado. Hemos, finalmente, aprendido las nociones básicas de empatía, empoderamiento y dignidad.
Nosotras, nos hemos vuelto independientes, lideres, luchadoras, fuertes y resilientes. Ellos se han tornado en seres sensibles, empáticos, artísticos y afectivos. Y lo mas maravilloso de todo, nadie ha tenido que perder su naturaleza en el proceso.