Quiero transmitir un mensaje claro: estamos en un momento poderoso. Soy mujer, he perseguido sueños, he alcanzado metas, y aún tengo muchos más por lograr. Y sé que muchas de vosotras también. No ha sido un camino fácil. Hemos superado obstáculos de todo tipo: separaciones, enfermedades, pérdidas, despidos, maternidades, … Y, sin embargo, aquí estamos, más fuertes, más sabias, más auténticas.
A los 40 no se nos apaga la luz: brillamos con una intensidad distinta, una que luz viene de la experiencia. Nuestra identidad es el resultado de cada paso dado, de cada caída y cada nuevo comienzo.
Pero entonces, ¿por qué alguien pretende dictarnos cómo debemos ser?
Nos dicen: sin arrugas, sin canas, sin kilos de más, sin dolores… sin vida. Nos bombardean con cánones irreales que muchas veces logran que dudemos de nuestro propio valor. Diversos estudios revelan que más del 45 % de las mujeres confiesan que les gustaría tener menos años. A los 48, muchas prefieren decir que tienen 40. ¿Por qué ocurre esto? Porque vivimos inmersas en un sistema que nos enseña a temerle a la edad, a esto se le denomina edadismo.
El edadismo es esa trampa que nos encierra en prejuicios, que nos dice que después de cierta edad somos menos valiosas, menos capaces, menos deseables. Nos afecta en la autoestima, en nuestro cuerpo, en la forma en que nos miramos. Y nos afecta, sobre todo, en el ámbito laboral.
Atentas a los siguientes datos:
– A las mujeres de más de 25 años les dicen que son “demasiado jóvenes” para emprender o liderar.
– A las de más de 40, que “ya no es momento” para intentar algo nuevo.
– Y a las de más de 50, las ven como un riesgo. Un riesgo, cuando en realidad somos una oportunidad.
Esta discriminación no es solo injusta: es una pérdida enorme para las empresas y para la sociedad. Porque somos mujeres preparadas, con formación, con experiencia, con motivación, con talento.
Somos mujeres que aportamos valor, que conocemos los procesos, que resolvemos con eficacia, sabemos adaptarnos y liderar desde la empatía y la inteligencia.
Aun así, terminamos dudando. Aparece la ansiedad, el miedo, el rechazo a nuestro propio reflejo. Desde la psicoterapia se promueve una herramienta poderosa: la autoaceptación. Amarnos como somos. Reconocer lo que valemos. Alimentar la autoestima. Rodearnos de vínculos sanos. Disfrutar del tiempo libre. Hacer ese ejercicio que nos gusta. Reír. Respirar. Vivir.
No necesitamos permiso para empezar algo nuevo. No hay edad para soñar ni límite para evolucionar.
Envejecer no es un castigo, es evolucionar.