Dicen que cuando los humanos padecían daltonismo y sus cerebros no distinguían más que el negro, el blanco y el rojo, hubo una mujer con la mirada azul.
Y hubo un hombre perdidamente enamorado que no encontró la palabra exacta para describir ese misterio.
¡Amo tus ojos bronce -decía- del color del vino! Y ella, ofendida, por supuesto, lo ignoraba.
Cuenta la historia que a falta de un vocablo que nombrara entonces aquel matiz, el hombre aún ensalza el atributo equivocado y la mujer sigue esperando lo imposible.