Momondo crea un interesante experimento, enfrentar diferentes personas a su estudio sobre la filogenia geográfica de su ADN y este fue el resultado. Nuestra redactora Erika Jensen desde Honduras escribe sobre su ascendencia y el apego al pasado.
Apego. Últimamente se habla mucho del apego y dicen por ahÍ que es malo. El apego duele, el apego te desvirtúa, el apego te manipula, el apego no te da razones, sólo emociones. Generalmente, usan todas estas percepciones para referirse al apego en una relación, pero podríamos implementarlo en otras partes de tu vida, la familia, tu trabajo y, aunque suena raro, tu nacionalidad.
Creo que es necesario contarles que vivo en Honduras, pienso que soy el resultado real y concreto de la globalización o la locura en los genes. Mi abuelo dejó su Dinamarca natal para conocer, en los años 20, un mundo totalmente diferente, cansado de que “su país le solucionara la vida”. A edad madura conoció a mi abuela, una guapísima mujer guatemalteca de origen inglés. Con el paso del tiempo y tres hijos después, se mudaron a Costa Rica. Lugar en el que décadas más tarde, mi padre conoció a mi madre y decidieron regresar a Honduras, donde he crecido y desarrollado mi pasión por las historias, y con una sensación de no ser de ningún lado, me siento libre para contar lo que veo como lo veo.
Algo interesante es que a pesar de vivir fuera de lo que siempre he considerado “mi país” en casa mi mamá se esforzó reconociblemente porque viviéramos un poquito de ticolandia dentro de nuestras puertas, historia, cultura, gastronomía, lenguaje… todo era nuestro día a día, y así se fue formando el apego por una bandera, un país.
Sintiéndome siempre extranjera, en el país donde crecí tuve la oportunidad de emigrar y darme cuenta de que al otro lado la sensación de ser un extraño era igual o peor. Entonces la percepción del mundo deja de tener límites y decides que eres de todos lados sin pertenecer a ninguno, y decides puntualmente no dejarte amarrar por una frontera.
En tu corazón tienes una preferencia, pero te ofende cuando te hablan mal de un país que te vio crecer, a pesar de que no aceptas que te imputen una nacionalidad que no está en tu pasaporte por derecho de nacimiento. Es algo loco, ¿verdad?, pero liberador también.
Actualmente, como quien termina un ciclo, inicio un nuevo proceso de migración a otro país completamente seleccionado por el corazón, que tiene nombre y apellido, pero no lo menciono por aquí, la seguridad es un tema para él, (tremendo pero así lo amo, más loco aún).
Al principio el apego por una nacionalidad en mi caso se fue creando como las capas de una cebolla, una tras otra, indispensables entre sí para mantener la coherencia. En las primeras dos, no me quedó mucho espacio para la opinión. Y esta tercera, la acepto con la total convicción de que, en algunos años, cuando me pregunten “¿De dónde eres?” Tendré un grave problema para responder.
Y es que este país es hermoso. No tienen idea de lo bello que es un amanecer en un lugar como Valle de Ángeles1 en el centro de Honduras, o lo amable que es la señora que en su pueblo te ofrece una taza de café mientras te cuenta sus pasiones. Pero lastimosamente es un país con una población muy pobre2, muy dañada, muy resentida y con miles de ángeles caídos.