El otro día una amiga me confesó dubitativa, diría que hasta vergonzosa, que quería apuntarse a bachata, pero que le daba palo por lo que pudieran pensar las demás de clase al no saberse ni un paso. Te sonará esta historia porque te habrán contado alguna parecida e incluso tú habrás sido la protagonista.
Me doy mucha rabia cuando me descubro en esa situación. Cuando yo misma me limito por el miedo a ser criticada, juzgada o no valorada como me gustaría por los demás. Y si te paras a pensar en ello, es normal que tengamos esas actitudes y pensamientos.
Vivimos en la era de la aprobación.
Aunque siempre ha existido esa necesidad, hoy en día es más evidente que nunca. Ante las sociedades colectivistas, necesitamos el reconocimiento, que irá de la mano del éxito. Pero a día de hoy, en septiembre de 2021, este objetivo se ha llevado a lo extremo.
Estamos esclavizados por las altas expectativas que hay que cumplir y la competitividad enfermiza entre las personas. Tenemos que ser las más listas, las más sociables, las más guapas, las más sexys, las más intrépidas, las más emprendedoras, las más. Las redes sociales son una de las impulsoras de los complejos, la insatisfacción personal y la comparación obsesiva. Vivimos en la era del tener que gustar, del escaparate permanente y de las verdades poco atractivas edulcoradas. Más centrados en la visión de los ojos ajenos que en los nuestros. Una obligación que hemos asumido por el miedo a ser excluido, por la propia sociedad colectivista o el miedo a la decepción.Es incluso más ridículo que nos afecte la percepción ajena de personas que ni nos van ni nos vienen, ni siquiera son personas relevantes en nuestra vida.
El estar tan pendiente de la aprobación externa es tan peligroso que incluso consigue desenfocar nuestro propósito en la vida. Nos hace olvidar cuáles son nuestros valores, que son los únicos que nos pueden hacer felices.Supone entrar en un pozo sin fondo, en una guerra perdida, en una necesidad sin solución. Porque por mucho que aúnes todos tus esfuerzos en querer generar x emoción, x pensamiento o x percepción de ti en una persona, no tienes el control sobre eso, y no pasa nada. Y este hecho, en lugar de ser una prisión o un problema, deberíamos percibirlo como una liberación. No es tu obligación, no es tu responsabilidad, no es tu deber, it’s not your business. No está ni estará en tus manos los emociones ni los pensamientos de los demás, solo los tuyos. Centrarse tanto en los demás lo único que hace es que nos olvidemos de nosotros. Es una pérdida absurda de energía. Distorsiona la realidad, nos abandonamos a nosotros mismos y genera un inmenso dolor por no cumplir nunca con la expectativas.
No es fácil darse cuenta de cómo nos afecta y cómo nos dejamos arrastrar por ello, pero tenemos que hacer el esfuerzo de escucharnos, de reconectar con nosotros mismos, de no perder el oremus. Debemos recordar que la realidad y la percepción de las cosas siempre está distorsionada y que la vida no es una competición. Solo de esa forma podremos darnos cuenta del valor que tenemos, seremos coherentes con lo que sentimos y quienes somos.
Y nos daremos cuenta que para encontrar todo lo que nos hace ser completos no hace buscar fuera, sino en nuestro interior.