Cuando te apagan la luz, te tiembla el suelo y la cama se inunda. Cuando te caes desde el séptimo piso, bueno, más bien te tiran. Llueve todo el día, y tus recuerdos saltan de prenda en prenda, de foto en foto. Vives en pausa, pero amanece igual. Esos momentos en los que la sensación de rotura es inminente, y todos los colores pierden su olor. ¿Qué mierda, no?
Es como volver a tener 15 años y sentirte toda chiquitita. Qué imbécil me siento por sentirme así. El aire me pesa, y el pelo no me queda igual. No soy más que una. Y de repente tus piernas fallan desmayándose por los pasillos de tu casa y se emperran en no ir a urgencias. Te come la ansiedad, y sube por tus brazos en forma de manchas y picores. No soy más que una.
Pero entera.
La vida da muchas vueltas y las vueltas dan mucha vida.
No me creía mucho esa frase, hasta que la viví. Y en vez de pasarme el día rodeada de violines melancólicos, ojos panda y mis mejores galas de pijama, se hizo la luz. Amigas, confíen. Eso no quiere decir que no vaya a llover nunca más, pero ya no vamos a comprar dolor.
Confíen en que las amistades son ángeles de algodón de azúcar donde caer en blando. Que cuando se te sube el corazón a la boca soplan las velas de cumpleaños y todo se te coloca. Que son médicos, y que sus prescripciones chuecas en realidad son chistes. En el momento no los vemos, pero si prestas atención y lees las patitas de araña sobre el papel, son risas deconstruidas. Y todos esos abrazos. Esos abrazos, esas pieles.
La mejor de las curas. Qué bueno deshacerse en los brazos de alguien, aunque sea en tu cabeza. Compartir mesa, cama, siestas y sueños. Regar tu jardín interior para pensar en no pensar y no pensar en pensar. Es como coger carrerilla para saltar más lejos.
Amiga, se puede. Confía. Fúmate la tormenta. Y tomate una tila antes de dormir.
Cuando en abril lluvias mil
