Hoy os voy a contar cómo un golpe en la cabeza te puede convertir en asesino. Pero antes, os presento el curioso caso de Phineas Gage.
Estamos a mediados del siglo XIX en Vermont, Nueva Inglaterra, EEUU. El país está en pleno crecimiento industrial. La democracia quedaba consolidada y la tasa de natalidad crecía como lo hacía la economía. En este contexto, miles de inmigrantes europeos recorrían sus calles con una maleta cargada de sueños americanos. Entre la diversa oferta laboral, las compañías ferroviarias se confirmaban una opción provechosa. Phineas Gage tenía 20 años y se encargaba, como tantos otros, de la creación de las vías del tren. Trabajaba en contacto directo con explosivos. Un día, al bueno de Phineas, se le fue la mano con la pólvora y una fuerte explosión se le vino encima. Aunque lo que literalmente se le vino encima fue una barra de metal de un metro de largo. Saltó por los aires y, también es casualidad, acabó atravesándole el cráneo, desde la mejilla hasta la parte superior de la frente. Podéis encontrar las fotos del tipo en Google, no tienen desperdicio. El chaval no murió. Tras el impacto, recobró el conocimiento y, a los pocos minutos, palo en cara, acudió al hospital más cercano por sus propios pies. Era la primera vez que el doctor Harlow veía aparecer por su consulta semejante percal. Dejó escrito en el informe que un incidente así no tenía precedentes. Maravillado, tras una complicada operación, consiguió sacarle la barra metálica de la cara. Hasta aquí todo bien. Lo malo, vino después.
Tras algunos meses, los familiares y amigos del superviviente detectaron un cambio en su comportamiento. Más allá de haberse visto cercano a la muerte, con todas las revelaciones filosóficas que esto implica, más allá de ver la luz y a Dios o Allah y querer ser mejor persona, Phineas había mutado completamente de personalidad. Más irritable, menos cordial, ligeramente huraño. De repente, decía tacos. Se volvió agresivo, se metía en peleas. Según declaraciones de su entorno más cercano, Gage se había convertido en un hombre caprichoso, impaciente, incapaz de tolerar frustraciones o deseos. Como argumentó más adelante el doctor Harlow, Phineas parecía un “niño en lo intelectual y un hombre en las pasiones animales”.
Regresó al trabajo poco tiempo después de la operación. En apariencia —salvo asemejarse a Frankenstein—, no parecía que le hubiese pasado nada. Trabajaba con la misma diligencia, más pendiente ahora, claro, del tema de la pólvora. Tras morir, en 1860, su cráneo fue estudiado por un grupo de científicos. Ahora, de hecho, puede contemplarse en Harvard Medical School. El caso de este joven, allá en 1848, sirvió como punto de partida de lo que hoy conocemos como consecuencias psicológicas de ciertos cambios materiales en el cerebro.
Las lesiones cerebrales pueden alterar ciertas habilidades cognitivas, véase la concentración o el habla, o la capacidad motora. Sin embargo, también actúan sobre la conducta y la psicología, sobre la personalidad y el alma.
Un mal golpe en la cabeza podría transformar tu personalidad y, en determinados casos, sí, podría incluso convertirte en asesino, siempre que se de la mano de póker de la que hablaba el psicólogo Sarnoff A. Mednick.
Entre sus múltiples contribuciones al estudio de la mente, también se le recuerda por sus anotaciones sobre criminología. Según sus investigaciones, para comprender las razones por las que se cometen asesinatos, el autor habla de un cóctel criminal formado por diversos condicionantes y factores (endógenos, como las características biológicas que interfieren directamente en la conducta criminal; y exógenos, psicosociales y educacionales que, a su vez, formarían la personalidad).
El neurocientífico Adrian Raine es otra pieza clave de la mente del criminal. Entre su bibliografía hay numerosos estudios que prueban la existencia de características biológicas ligadas con la criminalidad. Escaneó numerosos cerebros y observó en ellos la huella del mal. La actividad reducida, por ejemplo, de la corteza prefrontal, o la reducción del metabolismo de la glucosa en el giro angular izquierdo, se relacionan con ciertas deficiencias cognitivas. Del mismo modo, las anormalidades en la amígdala, el hipocampo o en la sustancia gris periacueductual, son compartidas en los cerebros de asesinos en serie. Una limitación del conjunto de fibras que unen el hemisferio derecho con el izquierdo, o las lesiones cerebrales en general, tienen graves consecuencias: son las zonas del cerebro directamente relacionadas con la conducta agresiva o la falta de empatía. Eso de que los golpes en la cabeza matan neuronas… puede ir más allá.
Por ello, antes de criticar el difícil carácter de otro, sería conveniente primero preguntarse el por qué. Una infancia difícil, un trauma del pasado, o un palo en el cráneo.