Hace unas semanas atrás acompañé a una amiga y su hija al doctor, al entrar en el consultorio, el tiempo se detuvo y retrocedió hasta 1954. Era una sala de espera como si fuera la casa de mi abuelita, los muebles eran antiguos, pero no daban la impresión de ser caros sino más bien, hogareños. Había pósteres desactualizados, también uno de ellos tenía el nombre bordado del doctor. Todo muy limpio, pero era una sala que no quería seguir actualizándose en lo visual.
Mi amiga estaba preocupada porque su hija llevaba ya algunas noches con fiebre y dolores en la garganta. Después de esperar un poco, entró al consultorio, yo esperé y tomé una de las revistas que tenían en la sala de espera. La revista más actualizada era del 2002. Me gustaba de todas formas leerlas y saber, qué tema trataban en ese entonces. La revista se llama Selecciones, la favorita de mi papá, las coleccionaba mucho, y cada vez que puedo también me compro una que otra. Tomé una revista, ojeé las fotografías (algunas no eran fotos, sino dibujos) me quedé fascinada, en pensar de qué manera antes era todo el proceso de redacción e ilustración de las revistas.
En un momento me detengo en un artículo que decía “Odio a los perros”, un título algo fuerte para estos tiempos, porque actualmente decir tal cosa se tornaría polémico y claramente podría llevarlo a la censura o a “quemarlo” por redes sociales; le di chance, pensé en que el título podría ser una forma de llamar la atención y que al final sería un artículo amigable. Pues no, básicamente decía que no maltrataba a los perros, pero que odiaba a esos que ladraban y que eran agresivos, ahora sabemos que el comportamiento de un perro tiene mucho que ver la forma de crianza que le dé su dueño. El escritor de ese artículo, al final recalcaba el odio que sentía por aquellos canes y a la vez, decía que no eran todos, un escritor agresivo pasivo. En fin, me puse a leer otros temas, – que vale la pena escribirlos para otro blog -.
A donde quiero llegar es que, el recuerdo que ahora les platico, me llegó por ver aquella revista junto a mi cuarto, que me recordó a su vez cuando acompañe mi amiga al doctor que tenía su sala de espera detenida en el tiempo, y que a su vez, leí ese artículo “polémico” que fue lo que desembocó a buscar una foto de mi perra Donna, en la cual parece que estuviera enojada, pero no, recuerdo muy bien el día que se hizo esa foto, estaba muy feliz y le dio un “ataque” de hiperactividad y corría por todos lados, hacía como que me mordía y ladraba mucho, como si alguna descarga de alegría la hubiese invadido.
¡Era hermosa! Murió hace unos meses. Todos los días -sin mentir-, me acuerdo de ella, porque cerca de donde vivo hay una perrita casi idéntica que me la recuerda. Ella se quedó viviendo con mi ex y no la pude ver ni darle un abrazo antes de su muerte.
Todos esos recuerdos me terminan por llevar a muchas más preguntas que me duelen contestar; ¿Qué piensan los animales cuando la persona que veían todos los días, de repente ya no la ven? ¿Se ponen tristes? ¿Lloran? ¿Qué habrá pensado cuando ya no me veía? ¿Habría tenido la esperanza de volverme a ver? ¿habrá muerto con dolor? ¿Se habrá ido rápido?
Si aún estuviera con vida, le dijera:
Buena perrita… buena perrita.
No sé de qué manera están hechos los caminos de la memoria, que llegan a nuestro presente en forma de imágenes, viajan digo yo, por otras memorias que van arrastrando hasta guiarte esa sensación de aquello que ya no está.