Son las 7 de la tarde en la pequeña terraza de Sottosopra, un italiano que recuerda al Trastevere en el emblemático callejón Puigcerdà.
Julio. Calor. Minúsculas gotas de agua que refrescan la atmósfera. Una mesita al lado con tres señoras que bien podrían ser ejemplo de la elegancia sin esfuerzo. Espresso martinis que se repiten en las mesas. Burrata, pecorino, pasta y pulpo.
Y frente a mí, ella. Laura. Mi amiga del alma de visita en Madrid. La que en cada encuentro me recuerda cuán importante es elegir bien los ojos que nos miran.
Los seres humanos somos presencia, y, también, creamos experiencia para otros.
Por eso, en la elección y permanencia de los amigos, creo que hay cuatro preguntas que debemos respondernos:
- ¿Cómo es su presencia?
- ¿Qué experiencia transito en el encuentro con esta persona?
- ¿Cómo me voy?
- ¿Me gusta la versión que despliego?
Te voy a ayudar respondiendo las preguntas:
- ¿Cómo es su presencia? Laura es suave, amable, íntima, reflexiva, siempre franca y muy ocurrente.
- ¿Qué experiencia vivo en el encuentro con esta persona? En el encuentro con ella el tiempo se ralentiza, los nudos se desatan y las grandes y pequeñas preguntas de la vida encuentran un sitio seguro en el que develarse.
- ¿Cómo me voy? Me voy calma, liviana, con el sonido de nuestras risas retumbando en mis oídos y con la sensación primigenia de lo bien que me hace su presencia.
- ¿Me gusta la versión que despliego? Me encanta. En su encuentro, vuelvo a mi ritmo natural, a mi profundidad y a mi claridad acerca de lo que importa.
La escritora Anaïs Nin dijo: «Cada amigo representa un mundo en nosotros, un mundo que posiblemente no nazca hasta que ellos lleguen, y es solo por este encuentro que nace un mundo nuevo».
Asegúrate que ese mundo nuevo mejore el que tenías. Yo por mi parte comenzaré a ser feliz nuevamente desde una hora antes a que Laura venga. Como el zorro en la obra del inolvidable Antoine.
Hasta el próximo escrito.
Con cariño, Lorena.
