Cada año la misma película.
Ya está aquí diciembre, último resorte de la humanidad para desprenderse, una vez al año, de la lacra de su individualismo endémico. El ejercicio de empatía brota sin esfuerzo durante estas fechas, y nos mueve, como en inercia, hasta la entrega absoluta a la solidaridad. Hay cierta magia en el ambiente, y el halo que desprende parece otorgar a nuestras acciones la atención y el cuidado de los valores de siempre. Quedar con los viejos amigos, brindar en familia, todos en armonía, alentados por el honesto espíritu del regocijo. Já.
Joder, qué ganas de Navidad.
Cómo no petar de fulgor, yonkis del júbilo, si este es el mes con menos horas de luz, pero el más luminoso del año. Hay ciudades que, con menos de 300 mil habitantes, invierten cerca de 2 millones de euros en lucecitas de Navidad. Pues claro, carallo. Porque sí, porque nos gustan, porque nos ponen contentos, porque poco nos parece si la inversión pagará nuestra alegría, porque queremos brilli hasta quedarnos ciegos. Cuanto más mejor, no vayamos a quedarnos cortos de felicidad.
Qué ganas jersey de renos.
Ha llegado el momento de ponernos la mantita frente al televisor y gozarlo hasta el éxtasis último. Entre las cuarentaycinco plataformas de cine que pagamos cada mes, nos daría para no despegarnos del sofá en tres años seguidos con su propuesta de cine navideño. Pero por eso pagamos. Porque nos divierte identificar cada año la misma película, detrás de los cientos de pósteres nuevos. Já.
Porque los de Netflix, Prime, HBO o Disney+, saben que quiero volver a reencontrarme con todas esas mujeres rubias llamadas Mary que se han quedado atrapadas en el pueblo. ¿Seguirán allí? ¿Se habrán casado con John, el hípster buenorro que prefiere dedicarse a la carpintería en lugar de mudarse a la gran manzana para ser CEO de Apple como le insistió su padre? Ojalá que sí. Os deseo lo mejor, Marys. Sois como las amigas que se hacen en los baños de las discotecas. A muerte con vosotras.
Entre los anuncios de lotería y perfumes, ya vamos colocados bien fuerte de nostalgia, al borde de que la bondad misma entre en delirio, cercando peligrosamente la sobredosis de tolerancia. Así que, lejos de ansiar una tormenta solar que colapse el sistema eléctrico universal hasta vernos obligados a cazar desnudos nuestra propia comida —una mezcla entre ‘La carretera’, ‘La purga’ y ‘Soy leyenda’— os propondré mis tres pelis anti-navideñas favoritas, por llevar la contraria, que también está de moda estos días. Aunque no sé qué es más contracultura ya, si decir que no te va la Navidad, o que te encanta.
- ‘La loca historia del mundo’, Mel Brooks, 1981.
Lo de reinventarse la historia no es nuevo. Aunque hacerlo con gusto y sentido parece no estar al alcance de todos —ni siquiera de los consagrados Phoenix y Ridley Scott—. Mel Brooks se permite la licencia de añadirle un metre a la última cena de Jesús, y yo, ya solo con eso, aplaudo el film entero. Quizá no sea la más exquisita del director, pero es cortita, musical y graciosa, así que merece la pena ponerle un toque irracional a una época tan cuerda.
- ‘La vida de Brian’, Monty Python, 1979.
Esta es, indiscutiblemente, una de las joyas satíricas del cine. Casi más fina que absurda, con un particular humor británico que solo puede salirle a los Monty Python. Una película de aquella época en la que importaba de verdad el guion. Cada vez que me la pongo vuelvo a ver el lado bueno a la vida, aunque me sienta clavada a una estaca. Es un acierto, siempre, por mucho que la veamos decenas de veces.
- ‘El día de la bestia’, Álex de la Iglesia, 1995.
Una comedia satánica con tinte español, por qué no. Álex de la Iglesia es capaz de gestar imágenes eternas, tan icónicas que todos recuerdan la escena en el madrileño “edificio de Schweppes”. La cinta ha envejecido, pero con la dignidad suficiente para que le tengamos todavía más respeto que antes. El histrionismo de los personajes conecta, inexplicablemente, con la coherencia de su narración. Una película locamente cuerda. No es fácil mantener la correcta oscilación entre broma y terror.
Propongo estas porque yo jamás, jamás, jamás, me he emocionado con una peli de Navidad. Ni siquiera he llorado nunca cuando vemos por la ventana al personaje de Marley reconciliándose con su familia en la escena final de ‘Solo en casa’. Menos aún con ‘Love Actually’, cuando Andrew Lincoln aparece en casa de Keira Knigthley sujetando el cartelito de “To me, you are perfect” con el villancico detrás. De verdad, qué cursis sois. Just because it’s Christmas (and at Christmas you tell the truth). Jo.
Me gusta mucho ese punto de sarcasmo cuando te refieres a la Navidad, yo tampoco he llorado nunca con ese tipo de películas tan cursis, es más no las soporto y en todo lo demás estoy absolutamente de acuerdo contigo.