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Carta a un imbécil

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Querido imbécil probablemente no me recordarás: soy yo, la mujer que la noche del domingo pasado que paseaba a sus dos perros vestida con un chaquetón rojo; aquella que podía tener la edad de tu madre, aunque tú no repararas en ello. La misma que, sin pretenderlo, al pasar a vuestro lado provocó que tus amigos y tú pusierais vuestra cabeza a funcionar en pos de la frase simpática, el chascarrillo, la guasa digna de excitar la carcajada del grupo. Qué suerte que el más rápido fueras tú y no otro; qué bien que tus chispeantes neuronas hicieran una fugaz conexión estética entre mi abrigo y Ágata Ruiz de la Prada, qué rotunda satisfacción haberme cruzado en tu camino para poder alegraros la noche a todos y en especial a ti. 

“Felicidades, porque has pasado del micromachín al micromachismo en lo que se tarda en alcanzar la mayoría de edad, así, sin más”

Te felicito. Sí, no te sorprendas, mereces mi felicitación y mi más profundo embeleso: te saltaste de un plumazo cuarenta años de lucha por la igualdad de género, planes de estudio basados en la educación por la ciudadanía, la reescritura del papel social de la mujer y las normas más básicas de la educación armado únicamente con la pértiga de tu vergüenza torera.

No te hicieron falta más de un par de segundos y probablemente los tercios de cerveza que maceraban tu estómago para disfrazar de broma festiva lo que viene a ser una completa falta de respeto hacia una mujer. Felicidades, porque has pasado del micromachín al micromachismo en lo que se tarda en alcanzar la mayoría de edad, así, sin más. Pero olvídate: ni la apariencia de modernidad de beber en la puerta de un bar, ni el negro de las camisetas que lucíais tus amigos y tú os pueden disfrazar de hombres; ni aun la chulería que habrías mostrado si yo te hubiera respondido. Porque no lo hice: a las mujeres desde niñas, se nos enseña que no se debe responder las imprecaciones, a riesgo de que, por hacerlo, la otra parte lo considere una invitación a continuarlas o a pasar directamente al insulto o incluso a la agresión. No, no te respondí y seguí adelante, pero lo hago ahora porque lo que me ofendió no fue tu rotunda imbecilidad, sino la normalidad con la que la sacaste a pasear al increparme; la misma que te hace olvidar que al burlarte de una mujer te burlas de la madre que te parió, de la hermana que te ha acompañado en tu vida, de las mujeres a las que amarás y las amigas con las que hoy pasabas la tarde de domingo; y aún más: de las escritoras cuyos libros compras, las políticas que defienden tus derechos, la camarera que te pone las copas y de todas aquellas a las que de seguro coreas en las manifestaciones del 8 de marzo para dar lustre a tu postiza imagen de comprometido feminista. Porque admítelo: de haber ido acompañada de otro hombre tú nunca, nunca te habrías atrevido a acercarte a mí con la sobrada chulería con que lo hiciste, ni se te habría ocurrido la ingeniosa apreciación que quería ser una ofensa, y tal vez incluso ni habrías reparado en mi presencia.

Eso, querido imbécil, es acosar, y también lo es la normalidad de otros imbéciles como tú, tus amigos, que seguramente hacéis el número de echaros las manos a la cabeza al oír hablar de la violencia machista y no os duelen prendas al usar a la mujer como centro de vuestras burlas si os sale al paso, voluntaria y descaradamente ignorantes de que todo comienza ahí, en el subsuelo de una sociedad que contempla una broma a una mujer como un asunto sin importancia, una gamberrada leve, el daño colateral de una cogorza dominguera. 

“Disculpen si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien”, decía Groucho Marx.  Yo que te he conocido lo suficiente no cometeré ese error, y así no te tendré que disculparme. Sólo añado que espero que no volvamos a cruzar nuestros caminos; no por enfado, sino por la pura pereza que das, por puro asco. Y una cosa más: la próxima vez que te den ganas de bromear procura tener más tino: si acaso, ponte frente a un espejo e inspírate. Y a las mujeres, si no tienes algo interesante que decir, haz el favor -tú y todos los tuyos- de dejarnos en paz.  

Concha Badía

Doctora en Teoría de la literatura, escritora e investigadora.

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