Hay amores con espinas,
raíces hondas en sequía.
Son como cactus de alma dura,
que aprenden a amar con distancia fría.
Y están las mimosas, dulces y frágiles,
que se abren al roce,
lo dan todo al sol, al viento,
al primer gesto de voz o roce.
La mimosa danza, se entrega,
aunque tiemble, aunque duela.
Y el cactus se guarda la flor
para la noche más sincera.
Ambos anhelan, ambos sienten,
pero en distintos tiempos,
con diferentes lenguajes
y opuestos movimientos.
Ella florece con caricias,
él sobrevive sin tocar.
Ella busca el ahora entero,
él se protege sin parar.
Pero no es falta de amor,
es miedo y forma de ser.
El cactus ama en silencio,
la mimosa en amanecer.
Quizá no están listos,
quizá no es su estación.
Uno teme ser herido,
la otra, no recibir pasión.
Y así se miran de lejos,
con ternura y sin reproche,
sabiendo que el amor, a veces,
no basta si no es su noche.