Una antigua fortaleza amurallada frente al mar. Callejuelas estrechas con hermosas fachadas devastadas por la cal y el salitre del mar. Palacetes encantados de balcones de hierro forjado descamado, que se resisten a perder el antiguo esplendor de cuando fueron forjados.
La huella del magnificente imperio veneciano escondida tras las hiedras frondosas y asilvestradas del tiempo. La buganvilia creciendo a su antojo y libertad más absoluta.
Los viejos farolillos de cuando no había luz eléctrica en la ciudad, nos invitan a sospechar cual sería la luz de ese lugar. Solo con la luna iluminándonos al volver de noche. Respirando ese inconfundible olor a roca mojada del mar y tu mano rozándome la cintura. Volviendo a nuestra casa. Esa que tenía un corazón pintado tiñiendo nuestra pared. Esa que nos vio nacer como amantes, nos hiló entre los dedos un cordón rojo en el ayer.