Perdemos el tiempo jugando una y otra vez a este juego del amor, tóxico e irremediablemente feroz.
Si hablamos de sexo somos un cien sobre cien, pero si nos centramos en el entendimiento, la cámara está desenfocada. Claramente estamos en “difuminar”. No hay tema donde no discutamos, pensamos perfecta y sincronizadamente lo opuesto. En todo. Y mira que eso es difícil, más que coincidir.
Los opuestos se atraen pero esto ya es el colmo de los colmos.
Y aún así me pierdo en ti. Me hipnotizas, quedo embriagada en un sentimiento contradictorio, desalineado, desprolijo, incongruente y hasta sin sentido.
Y así, inevitablemente, me enamoro de ti todos los días. Y mi corazón sabe que no debe bajar la guardia, que no está a salvo. Pero ya no hay defensa que aguante. Estoy inmersa en esta relación tirante, excitante y frustrante. Sí, es muy frustrante sentir lo que siento por ti. Porque no me conviene, pero de conveniencias el corazón no entiende nada.
La razón enciende todas las señales de alerta, las alarmas disparadas desde el primer momento que cruzamos una fugaz mirada que rebotó en el vacío y volvió a generarse, más intensa y duradera.
Empezamos por el puro deseo, tan pasional y animal. Y terminaron nuestras almas comprometidas, atadas, entrelazadas entre sí.
Qué torbellino de sentimientos encontrados. No lo soporto más y no puedo escapar.
Estoy enamorada de ti. Ya lo dije y lo vuelvo a repetir. No quiero, intento alejarme con todos mis fuerzas pero parece generarse el efecto contrario. Somos como imanes.
Estoy en un laberinto sin salida, en un bucle desesperante.
No puedo evitarlo ni evitarte. Te veo y te deseo, te deseo y te quiero.
Y aquí estoy, escribiéndote un mensaje para verte. Mi cabeza quiere anular la orden de escribir, intento detener mis dedos pero el mensaje ya está en doble tick.
Y sonrío mientras leo “en camino”.