Mientras conversaba acerca del acoso con una amiga que es madre, tuvimos una reacción similar con este tema. Fue como si ella y yo hiciéramos lo mismo en nuestra defensa. Me horrorizó pensar que hay más mujeres allá afuera que hacen lo mismo. Te lo voy a contar.
Me da miedo decir que el acoso es algo común en nuestros días. Pero hay una reacción que pasa cuando caminamos y nos acosan, y es que, nos hacemos las ciegas, sordas y mudas como arma de defensa.
¿Por qué se emiten piropos cuando ven a las mujeres solas o no acompañadas?”
Con mi amiga seguíamos conversando del tema con experiencias propias, ella me contó que no le gusta ir sola a dejar a su hijo a la guardería, porque justo en la esquina se encuentra casi siempre un grupo de hombres que cada vez que pasa (con su hijo en brazos) emiten comentarios que la hacen sentir incómoda, camuflados de “buenos días”. Con esta frase basta y sobra para reconocer las malas intenciones. Vamos, sabemos cuándo nos saludan y cuando nos acosan.
Mi amiga me confesó que se hace la sorda. Para ella es lo mejor, pues cree que aquellos hombres pueden reaccionar con violencia. —Creo que 10 de cada 10 mujeres, recurren a fingir que no escuchan, ni ven nada cuando las acosan en la calle, todo por miedo. Esto debe acabar, —me dijo a mí misma.
Me siento identificada y eso me hace sentir un gran enojo al mismo tiempo. A mi amiga le digo que no debemos responder con groserías, sino reclamar con energía y decir que no necesitamos de piropos mal intencionados, es más, no necesitamos de piropos. Si lo piropos son bueno, ¿por qué los emiten cuando ven a las mujeres solas o no acompañadas?
“Piensa que en este momento puede que tu madre, hermana o hija esté siendo acosada”
Sigo conversando con mi amiga del tema, decidimos y creemos que esto debe cambiar, que esta espiral del silencio debe ser quebrada desde adentro y por nosotras.
La conversación se queda en mi mente. Cuando voy a tomar el bus, una cuadra antes visualizo a un hombre que está hablando por teléfono y a medida que me estoy acercando, el hombre empieza a bajar su teléfono de su oreja solo para decirme: “¡Qué rica mami!”. Todo fue muy rápido, pero cuando lo recuerdo me enoja, todo pasa por mi cabeza en cámara lenta e imagino como esas palabras se escurrían por su boca pegajosa.
No pienso en ese momento y solo actúo.
Le grito: “¡¡Qué asco!!” Le respondo casi en seguida.
Sigo mi camino enérgicamente y me paro con los brazos cruzados en la parada del bus.
El hombre sigue conversando por teléfono como si nada y en un momento me sigue hasta la parada, continúa hablando por teléfono o fingiendo hablar. El tipo me mira directamente a la cara. Yo estaba enojada, pensando que, si me volvía a decir algo más, lo golpeaba. Es que estaba furiosa y recordaba a mi amiga asustada, siendo acosada con su hijo en brazos. Estaba “enfierada”, capaz de defenderme y no permitir más este abuso silencioso. Se me cruzó la idea que el tipo se subiría en el mismo bus conmigo, ya que dejó de hablar por teléfono y seguía en la parada, mirándome. Me puse alerta. Seguía con la idea de hacer lo posible para que no me dijera nada más, pero cuando llegó el bus no se subió y fue ahí donde me di cuenta que lo que intentaba hacer era intimidarme, quería que supiera que él iba a hacer lo que quisiera, sin importarle nada. En el bus me quedé sentada, con un tráfico de palabras en mi garganta. Con un discurso no dicho en mi defensa. Con la sensación de haber podido hacer algo más…
Esto debe acabar, no podemos permitir que siga esta amenaza silenciosa, no digo que debamos entrarles a golpes a todos. Pero me enoja cuando alguien dice que nosotras nos quejamos porque los que nos piropean son personas que no nos gustan, que todo depende de quién nos lance el piropo, pero es mentira, nosotras sabemos, nosotras sentimos esa mala intención de esa “guapa” que te dicen por la calle. Sí, esa simple palabra puede llegar a ser tan incómoda y a llenarnos de miedo.
Yo estoy segura que las mujeres que leen esto saben de qué hablo, pero si no lo entiendes, te explico por qué no es fácil denunciar el acoso.
Imagina que estas en la fila esperando tu turno, es un día caluroso y estas parado como media hora. Por fin te toca y te atiende una persona lo menos interesada en resolver tu problema. Te hace esperar, no te dice que se va a demorar, mientras ella se levanta a hacer algo desconocido y sigue sin atenderte. Tú le dices que se apure lo más educado, pero no funciona. Esta persona te mira mal y usa un tono de voz para hacerte sentir que no eres el único que está esperando y que la regla es seguir esperando.
Imagina ahora que tienes el departamento de quejas, pero, ¿qué vas a decir? Algo así como: “Vengo a quejarme porque la persona que me atendió usó un tono feo conmigo”.
¿Sí me explico? ¿Sí entiendes mi punto? Tiene lógica reclamar esto, pero cómo lo haces, sin que suene tonto o sin fundamentos.
“Nosotras no necesitamos que nos digan algo sobre nuestra apariencia”
Cómo hacemos entonces, si cuando queremos denunciarlo si nos ridiculizan o nos cataloguen como unas exageradas. ¡Cómo! Hubo un maltrato, pero es invisibilidad y de paso se burlan.
Nosotras no necesitamos que nos digan algo sobre nuestra apariencia, los hombres no salen a la calle y son abordados por mujeres que le dicen lo lindos o lo sexy que se ven, NO HAY NINGUNA.
No queremos halagos, queremos sentirnos seguras al caminar. He recibido palabras bonitas, buenos días también, pero son bien recibidos cuando no las balbucean, o no lo dicen en voz baja.
Queremos caminar tranquilas y no sentir miedo. Es hora de llenarnos de valor y enfrentarlo, romper la espiral, salir a la calle sin miedo.
No queremos halagos, queremos seguridad y respeto. Preferimos el silencio y que al caminar por la calle no ver a los hombres como amenaza.
Nuestra tranquilidad no tiene precio, debemos romper de una vez y por toda esta espiral que es como brea, en la que hemos estado sin poder hacer más que hundirnos lentamente y en silencio.