Todos nos vamos a morir. No es que lo que acabe de decir sea como descubrir la gran verdad de la vida, pero es cierto. El tiempo es finito, y nosotros lo somos con él. He visto tanto miedo encarcelado en preguntas de “quizás” y “tal vez” que como único resultado han venido a dar en arrepentimientos. Porque sí, nos arrepentimos. De no haber besado aquellos labios, de no haber salido a la pista de baile aquel viernes noche porque los complejos nos invadían, de no haber sido en mayúsculas y con todas las letras. Y así nos cobijamos en la idea de lo certero, del amor que damos por hecho, de los viajes con rumbo fijo, de una realidad que a pesar de que no sea la que más nos agrade es, sin embargo, la que conocemos.
Pero si todos nos vamos a morir ¿a qué tenemos miedo? El día que le vi lo entendí todo. Encuentra la voluntad y deja todo el miedo a un lado y hazlo. Besa a ese chico, sal a bailar como si el mundo si fuera a acabar mañana, quiérete como nadie lo va a hacer nunca, porque nadie lo hará nunca mejor que tú. Cuando comprendas eso, puede que no sepas muchas de las grandes preguntas de la vida, ni de donde venimos, ni a donde carajo vamos, pero custodiarás un secreto bien guardado desde antaño. El de vivir. Arriésgate, y sal a la calle a sentir la vida, no a verla pasar de largo. Enamórate (de ti). Para que cuando llegue el momento final, y se cierne la sombra sobre tu pecho brilles tanto que no haya lugar para ti en la oscuridad.
Así que si has llegado hasta aquí, y le has estado dando vueltas a ese asunto que tienes pendiente, déjalo todo. Deja de lado la pantalla de tu ordenador, móvil o por donde quiera que estés leyendo este artículo y ve a por ello. No hay mañana para los soñadores. El tiempo es ahora. Aquí y ahora.
