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Oda al verano

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Exactamente no sé cuándo empieza el verano. Quizá empieza con el primer bronceado de la piel, con el primer trago de cerveza fría, con la primera noche en la que no tienes que mirar el reloj porque de repente no existe la prisa. Quizá el verano es una persona, es un baile tontorrón y alegre, es un levantarte un poco más contento, acostarte un poco menos triste.

“El verano es la fruta fría de nevera, cigarros entre sandías, un pareo que apesta a salitre porque llevas una semana yendo a la misma playa”

El verano es el norte con sus noches de sudadera, barcos que navegan con paciencia y fondean sin expectativas, niños que se enamoran por primera vez. El verano implica abrir casas que no se abren en invierno, un olor a humedad y a hogar deshabitado, una vuelta a revivir recuerdos que ilusionan.

El verano es un junio algo altivo y creído que piensa que aún queda mucho por delante, un julio que abrasa si está bien aprovechado, y un agosto que se esfuma más rápido que cualquier canción lenta. El verano es Madrid con su luz de septiembre, que es una luz diferente a cualquier otra. El verano es también una decepción, pues nunca se superan los veranos pasados, y es también una esperanza, pues a pesar de saberlo, nosotros siempre esperamos que éste sea mejor. El verano es un reencuentro con esa persona especial para daros cuenta de que no os habéis olvidado todavía , es un permiso enmascarado para equivocarnos más de la cuenta, es una licencia para dejarse llevar. El verano está lleno de ombligos al aire y de chicas guapas, un poco más rubias, un poco más pecosas, un poco más valientes. Y está lleno de chicos guapos, que encienden los ojos con un brillo inusual, que se emocionan de más , que tienen menos miedo. En verano los adolescentes se atreven, porque existe el tiempo para enmendar los errores, porque les espera un día de playa precioso después, porque si sale mal… lo pueden luego volver a intentar.

Para mí el verano es Santander regalándote noches de edredón, es volver en barco después de un día de sol y de repente empaparte bajo la lluvia, es el sentir que una ducha caliente en un quince de agosto es lo mejor que te ha pasado en la vida. El verano son las rabas y los tragos a cinco euros en copa de balón, es un Cañadio abarrotado siempre por los mismos, un jardín en el que florecen las lavandas, un chiringuito donde huele a bogavante.

El verano son fiestas que duran más de dos días, música electrónica con acento africano, enredos en el pelo y gafas de sol perdidas. El verano son borracheras del quince y alguna pastilla rosa inocente que se toma a la luz del sol. Son mis amigas tan negras tan negras que parecen gitanas, es el blanco de sus dientes al morder un melocotón. Melocotón con piel, siempre.

El verano son las dunas de un Puntal salvaje, es un Roma apáticamente caluroso que lo arregla todo con olor a pimienta y parmesano, es un uniforme de Iberia que se pega al cuerpo en embarques llenos de niños contentos.

El verano significa leer libros hasta que atardece en la playa, y no escribir ni una sola palabra, o al menos ni una sola palabra buena; y eso que siempre he creído que los buenos escritores escriben en verano, que es cuando no están tan ocupados viviendo. El verano implica terminarme todos los libros que mi padre no termina, en aras a entender por qué no los acaba. Consiste en entretenerme con aquello que no me entretendría en ningún diciembre. En verano presto menos atención a las cosas que me cuentan, porque si son importantes, confío en que me las repetirán en invierno. Supongo que en verano soy un poco peor amiga, un poco peor novia, un poco peor hija y un poco peor hermana. Quizás porque con ese subidón y esas playas abarrotadas nada me interesa realmente. Me encontraré a mi misma en mi casa, o quizá en otra casa, o en una Formentera descalza, isla mágica que me prepara siempre para lo inesperado. Me encontraré a mi misma despeinada, o en cualquier fiesta  de Ibiza colgada del brazo de mi amiga Marta, que después de los años y a pesar de que llegue el verano, es de esas personas que siguen alegrándome el alma.

Supongo que al final, el verano mola. Y lo dice una que odia el calor, odia los tirantes y las faldas cortas, odia los brillos en la cara, las axilas al aire y el olor a feromona. Pero el verano, pues eso, está lleno de cosas preciosas.

Cristina Abella

Viajera en continua inspiración. A veces escritora y literata, otras pizpireta y entusiasta.

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