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La primera vez que me violaron

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La primera vez que me violaron tenía diecisiete años. Sin embargo, la primera vez que fui consciente de que había sido violada fue a los veinticinco. Cuando una piensa en una violación, se le vienen a la mente montones de imágenes de hombres grandes ejerciendo su fuerza sobre ti, sobre tu cuerpo. También pienso en montones de hombres empotrándome contra la pared y no haciendo otra cosa más que penetrarme hasta que ellos se vacían y yo con ellos. Las películas y los medios de comunicación han hecho mucho daño a la hora de poner sobre la mesa ciertos temas y situaciones incómodas. Pero, ¿incómodas para quién? Para quien las vive en primera persona o para quien las escucha. 

“Hasta que no oí a otras mujeres denunciar y hablar abiertamente de sus experiencias sexuales, no fui consciente de que yo también había sido una de ellas”

Aún recuerdo la pregunta de aquella obra de teatro: –¿Qué preferirías un hijo violador o una hija violada? Me impactó tanto cuando la escuché que me ha acompañado a lo largo de mis días. Hace unos meses me recomendaron Una joven prometedora, una película escrita y dirigida por Emerald Fennell que recoge esta asquerosa pregunta en más de una hora y media : -“Ser acusado de algo así es la peor pesadilla de un chico”. -“¿Adivinas cuál es la peor pesadilla de una chica? “.

Hasta que no oí a otras mujeres denunciar y hablar abiertamente de sus experiencias sexuales, no fui consciente de que yo también había sido una de ellas. Perdí la virginidad, si es que acaso eso se pierde alguna vez, en el portal de mi casa a los diecisiete años. Hubiera preferido un espacio más íntimo y cómodo, pero todavía no me sentía segura de subir a mi novio de aquel entonces a casa. Recuerdo que me dolía y que, en más de una ocasión le rogué con lágrimas en los ojos que parara. Su única reacción fue: “venga, que cuánto antes entre y lo hagamos, antes podremos disfrutarlo”. Hasta hace poco, nadie se había parado a reflexionar en el sentimiento de dolor y de pérdida que supone que algo irrumpa dentro de tu cuerpo y haga un daño muy difícil de explicar. Tan difícil de explicar que solo es comprendido y compartido por nosotras, las mujeres. La siguiente vez fue cuando apareció sin avisar en mi casa y me exigió que le hiciera una felación. Yo no quería. Ni tan siquiera accedí. Pero, de repente, su mano apretó mi boca contra su paquete y el resto ya podéis imaginarlo. Después llegó el momento en el que me pidió que, por favor, me dejara penetrar analmente. Yo seguía sin verlo claro. No recuerdo haber dicho que sí, pero tampoco que no. Y ya sabemos que cuando no se dice no, ellos lo traducen en un sí. ¿Cuántas veces he tratado de callar y complacer para evitar daños mayores? Siempre. ¿Cuántas veces he antepuesto su placer a mi dolor? Siempre.

Otro día quedé con un chico de Tinder el cual no me gustaba. No sé cómo acabé en su casa. Muchas negativas después, es decir, dije que no varias ocasiones, giré la cabeza, me bajó los pantalones y las bragas, me comió el coño, me metió la polla hasta hacerme sangre y después, a la mañana siguiente y al irme de su casa le mandé un mensaje pidiéndole perdón. Un día después, le recordé lo que había hecho y enfadado me preguntó: “¿Insinúas que te he violado?”. Yo no pude responder a esa pregunta. 

“Sé poco del amor y del cariño, pero sé cuando alguien me quiere y cuando alguien está abusando de mí”

Hace poco, uno que creía amigo y que sabe la historia de mi ex maltratador me dijo: “Yo no sé porqué le odias tanto. A mí me ha tratado bien”. Yo le respondí: “Claro, a ti no te ha maltratado física y psicológicamente”. Su respuesta: “Ya, pues no habértelo follado”.

Todavía recuerdo cuando denuncié que mi jefe me tocaba y me encerraba en su despacho. Primero, con miedo y vergüenza. “¿Otra vez a ti, Sara?”; “Pues nada, denuncia y pierde el trabajo por el que tanto has luchado. Muchos querrían estar en tu lugar”, “¿Seguro que no está siendo cariñoso contigo?”.

Sé poco del amor y del cariño, pero sé cuando alguien me quiere y cuando alguien está abusando de mí. Si todavía siento miedo, asco, pánico y vergüenza de denunciar un acoso, un abuso o una violación, no me culpen. No nos culpen.  Todavía la sociedad, sobre todo los hombres, no están dispuestos a oír que sus padres, amigos, familiares e incluso ellos mismos, pueden ser lo que tanto repugnan cuando salen en los medios. 

Estamos tan acostumbradas a bajar la cabeza que ya nos disculpamos hasta cuando nos hacen daño porque, en efecto, hasta, en esos momentos, también es nuestra la culpa. Y, para la sociedad, todavía seguimos  siendo las histéricas, las locas,  las culpables. 

Sara Olivas

Periodista y Gestora cultural. Muy teatrera e intensa y, cómo no, poeta.

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