Brindamos por última vez tras mirarnos en repetidas veces y desnudándonos con la mirada, deseándonos con ella misma. Hablábamos de mucho y escuchábamos poco.
Él, meneó por última vez el cáliz de su copa mientras yo insunuaba constantemente que quería ser suya, no le pedí nada y él en una sola noche me ofreció todo. Sonrió y dijo: -tienes buen cuerpo, acercando su nariz a la copa, yo le dije:- intenso, al percibir su aroma a roble y fruta madura.
Cuando me acercó sus labios tras esa mirada complice, sentí mi corazón que latía con un tono diferente… cuando sus labios se fundieron con los míos y permitió que ese vino entrara en contacto con mi lengua, bailando como si no hubiera mañana, el mundo se paralizó. Deseo. Puro deseo.
Deslicé mis manos por todo su cuerpo sintiendo el mayor gozo que una mujer puede experimentar, cada línea, cada curva, cada forma. Acariciar su pelo, recrearme en sus ojos, esos ojos que me hechizaban cada vez que penetraban en mí, oler su esencia y sentir su alma… Él, con esa elegancia tan característica, con ese recuerdo intacto de ese primer día cuando mis ojos y sus ojos se dijeron todo…. elegante en la manera de tocar, de besar, de hacer, sin prisa.
Me quitó la camisa lentamente mientras humedecía mi cuello con sus labios, en ese momento me mostré desnuda ante él, quedándonos piel a piel, mi cuerpo un imán encendido con un único deseo, sentirme suya. Y fue ahí, en ese momento cuando dos almas se fundieron en una … describieron a la perfección la existencia, eso, en lo que él y yo creíamos, estaba sucediendo…. Todo fue una explosión diferencial, así somos nosotros. Diferentes.
Y seguía siendo suya y seguía siendo mío. placer, seducción, sentimientos de nuevo encontrados, sentimientos que se habían perdido en mi memoria. Él me hizo mujer, brindando con ese vino, con ese que nos caracteriza, ese que no atiende a etiquetas, ni distinciones, ni denominaciones de origen, ese que no se oye, ese que es único… ese vino que una noche nos hizo sentir lo que realmente somos.