¿Por qué mientras unas mujeres cumplen 30 años y abrazan su naturalidad, otras se sumergen más en los retoques estéticos? ¿Qué hay detrás de dos caminos tan distintos hacia la autoestima?
Me planteé esto una noche de viernes, en la que decidí cambiar el salir de fiesta por quedarme en el sofá, viendo una película con una manta y mi perro. Me di cuenta de que mis prioridades habían cambiado y de que estaba liberándome de aceptar planes que, hoy por hoy, ya no me apetecen tanto.
Con esa sensación en mi mente, pensé en lo “complicada” que puede ser esta etapa. Los 30 son los nuevos 20, sí, pero también estamos en una edad en la que nos hacemos más adultas, tenemos más presiones sociales y, en consecuencia, una búsqueda más constante por reforzar nuestra identidad.
Entonces me detuve a observar lo influenciadas que estamos por las redes sociales. Para algunas mujeres llegar a esta edad significa cambiar el maquillaje excesivo por una simple barra de cacao, ir con el pelo revuelto y preferir un café tranquilo antes que una noche larga. Para otras, en cambio, es el momento de pensar en botox, ácido hialurónico y visitar el gimnasio unos cuantos días a la semana para evitar engordar un gramo. Como curiosidad, recientemente me he encontrado con varias mujeres de 30 años que han decidido quitarse los implantes mamarios que se pusieron a los 20, porque ahora sienten que la naturaleza era sabia desde el principio y que quieren quererse tal y como son.
¿Es mala alguna de las dos opciones? No. Mi intención no es juzgar, sino comprender qué fuerzas influyen en estas decisiones. Y estas son algunas de las conclusiones a las que llegué.
La primera es que las mujeres encontramos diferentes fuentes de autoestima. Algunas la construyen desde dentro: crecimiento personal, un mayor autoconocimiento, madurez emocional. Otras la apoyan más en la imagen, en la validación externa y en la mirada de los demás. La forma en la que una mujer se valora determina hacia dónde dirige su energía: hacia la aceptación o hacia el perfeccionismo constante.
Otra idea clave es la enorme influencia que ejercen las redes sociales en los cánones de belleza: los filtros, las tendencias volátiles, la presión por estar siempre “actualizadas” son algunas de las situaciones en la que nos encontramos al abrir nuestras apps favoritas. Hoy importa más subir contenido rápido (véase las stories de Instagram o los vídeos de Tik Tok) que algo que dure más de dos minutos. ¿Significa eso que debemos estar perfectas para causar una buena impresión en los primeros segundos?
Y, cómo no, me adentro en el “maravilloso” mundo de la inseguridad. Mientras unas mujeres buscan introspección (el autocuidado, la autoaceptación, calma), otras buscan intervención (mirar hacia afuera, corregir, ajustar). Son respuestas distintas ante una misma sensación.
Entiendo que las modas cambian. Venimos de los 2000, donde se llevaban las cirugías visibles; pasamos por los 2010, donde triunfaron los retoques “naturales”; y ahora vivimos divididas entre los hiperfiltros y la vuelta a “lo auténtico”. Aun así, muchas mujeres que llegan a los 30 empiezan a modificar hábitos: cambian el gimnasio por el yoga, descubren que se sienten más guapas sin seguir tantas tendencias o sustituyen el maquillaje pesado por una buena rutina de cuidado de la piel.
En medio de todo esto, llego a una conclusión simple pero poderosa: no hay un camino correcto. Solo decisiones que reflejan etapas diferentes. Al final, lo importante es que cada mujer encuentre la versión de sí misma que le dé paz.