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Coco

Últimamente la vida me está llevando a una revisión de mi infancia, de todos aquellos recuerdos que tenía guardados y olvidados en cajas y que durante mucho tiempo no he querido mirar, y está llegando a través de señales muy claras, de esas que una no puede ignorar.

El otro día escuché jugar a mi gata Coco en la habitación y al acercarme había sacado una carpeta que había guardado a conciencia en un rincón lo más lejos posible de la vista. Esa carpeta guarda parte de mis certificados y títulos que he rechazado porque sentía que me definían, pero también recuerdos y emociones de mi infancia que no me apetecía revivir.

La otra señal, vino de la mano de mi sobrino que hace un par de días me pidió que viéramos juntos la película “Coco”, yo la vi hace muchos años, antes de hacer todo mi trabajo transgeneracional y tener la oportunidad de volver a verla ahora ha dado mucho sentido a lo que me está pasando con mis bloqueos con la lectura y la escritura.

Igual aquí os suelto algún spoiler sobre la película, por si no la habéis visto, pero es importante que os lo comparta para que entendáis mi historia, pero también la vuestra. El protagonista de Coco es Miguel, un niño que ama la música en una familia que la rechaza, él busca un escondite para tocar y disfrutar así de su mayor pasión, ocultando una parte de él mismo que sabe que su familia no acepta.

Cuando profundiza en la historia de su linaje descubre que no es la música lo que rechazan, si no a la persona que simboliza el recuerdo que tienen de la música, esto es, su tatarabuelo, alguien que está siendo olvidado y rechazado por el linaje. Lo que Miguel trae es un gran regalo para su clan, recuperar la memoria de lo olvidado y así puede conectar con su don, la música, y permitir que su familia también disfrute de ella, pero también traer a la luz la verdadera historia de su tatarabuelo y honrarlo para que recupere su lugar dentro del sistema familiar.

Porque en sistémica vemos que todo aquello que el clan rechaza y mantiene oculto volverá una y otra generación hasta que alguien sea capaz de traerlo al consciente y sanarlo.

Esta historia me recuerda a mi pasión por la escritura y la lectura, escribo desde siempre, pero apenas conservo nada porque casi todo lo acabé rompiendo, tirando o escondiendo. Y, justo ahora, estoy volviendo a revisar los pocos escritos que me quedan y también, por fin, me estoy dando permiso para sentir y escribir de nuevo.

Con la perspectiva del tiempo he comprendido dos cosas, una que, en cierta forma, aquellos libros eran para mí una escapatoria de una realidad que vivía y no quería o no estaba preparada para ver, y que nunca enseñé mis escritos a nadie porque sentía vergüenza por mi sensibilidad, por poner palabras a mis emociones y sentirlas con tanta fuerza e intensidad.

Todo cobra sentido cuando comprendes la historia de tus bisabuelos, abuelos y padres, ya que en mi linaje familiar siempre ha existido la creencia, casi inconsciente, de que hablar no era seguro y que no había espacio para sentir emociones porque eso es signo de debilidad y la vida es demasiado dura como para permitirse ser vulnerable.

Lamentablemente, en mi caso, esas creencias vinieron reforzadas por algunas de las experiencias que me tocó transitar siendo bien pequeña, donde viví la enfermedad y muerte de familiares muy de cerca, y no había lugar para lamentaciones, tras la muerte de uno, venía la enfermedad de otro y me tocó desde muy joven cuidar de ellos obligándome a madurar y ser autosuficiente desde muy pronto.

De alguna forma me diluí en los demás, porque mi valor y el sentido de mi existencia pasó a ser el cuidado del otro, solo así era vista y validada, sentía que no había espacio para mí, para lo que sentía y esa carga me ha perseguido durante gran parte de mi vida donde me he movido en un desequilibrio de dar más de lo que recibía en todas mis relaciones.

Y es que cuando uno es pequeño no tiene las herramientas para comprender y asimilar lo que está sucediendo y nada te protege de la forma en que lo sientes, todos esos sentimientos y emociones se quedan guardados dentro de nosotros, como memorias que nos condicionan y nos guían de forma inconsciente el resto de nuestras vidas, si no las sanamos.

Pero la vida me está trayendo el gran regalo de poder revisar todas aquellas creencias que heredé de mi familia y de todas aquellas experiencias que viví de pequeña y que condicionaron mi forma de pensar. Y debo confesar que aún cuando escribo se me encoje un poquito el corazón y sigue apareciendo ese pensamiento de si no estaré traicionando a mi familia, pero poco a poco, como el protagonista de Coco, me permito conectar con mi pasión por la comunicación porque sé que es la forma en la que he venido a compartirme con los demás.

Solo cuando traemos al consciente el inconsciente y somos capaces de sanarlo es cuando nos hacemos realmente libres. 

Y sí, la forma en la que te vinculas, el significado que tiene el amor para ti, la forma en la que pones límites a los demás y te respetas, la capacidad de perseguir tus sueños y dedicarte a lo que te gusta, tu relación con el dinero… Todo estará guiado por el inconsciente hasta que lo mires y lo traigas al consciente.

Marian Moure

Experta en marketing sostenible y ético, comunicadora, divulgadora y formadora

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