Soy la vida, esa que fluye sin cesar. La que late en cada rincón del día, la que se esconde entre los silencios de la madrugada y se muestra con fuerza
al primer suspiro de la mañana. Soy la energía que te empuja a seguir, madre, y al mismo tiempo, la que te susurra al oído cuando la fatiga amenaza
con invadir tu ser. Te observo desde donde sea que el tiempo se cruza, y veo tu lucha, tus días que se desvanecen entre tareas que se apilan como
montañas imposibles de escalar. Te veo correr, madre. Siempre corriendo. Tu jornada comienza con un amanecer que no te da tregua. Aún antes de
que el mundo despierte, ya estás levantada, en pie, enfrentando las primeras necesidades de los que amas. Un café tibio que se enfría, un desayuno
que se sirve sin pensar, un abrazo que se da entre los mil y un pendientes que se acumulan. Te veo volar de una habitación a otra, siempre con prisa,
siempre en movimiento, como si el tiempo no alcanzara para todo lo que tienes que hacer. La casa, que es tu refugio y tu reino, se convierte en un campo de batalla: entre la ropa que se amontona, las tareas que parecen no tener fin, las voces que te llaman en busca de tu atención.
Y, sin embargo, madre, sé que todo lo que haces lo haces con amor, aunque el agotamiento te haga pensar que no llegas a todo, aunque la frustración a
veces se cruce en tu camino, diciéndote que no estás haciendo lo suficiente. Sé que, en esos momentos, dudas de ti misma, porque sientes que el cansancio, la culpa y el temor se apoderan de tus pensamientos. La culpa, esa sombra constante que te susurra que no eres suficiente, que hay más que
podrías hacer, más que podrías ser. Pero, déjame recordarte algo que pocas veces tienes tiempo para escuchar: eres suficiente.
Lo que no ves, madre, es que en cada paso que das, en cada gesto que haces, estás dejando una huella de amor, de sacrificio y de valentía. Y aunque el día se agote, aunque sientas que ya no puedes más, te sigo viendo. Veo tu paciencia infinita, esa que se renueva, aunque el cansancio te doblegue.
Veo tu fortaleza, la misma que te hace levantarte al día siguiente, aunque la noche haya sido breve, aunque el cuerpo te pida descanso. Porque no hay
descanso que apague tu amor, no hay tarea que sea pequeña para ti si es por ellos, si es por los que más amas.
Te veo abrazar la culpa, madre. Te veo enfrentarte a ese sentimiento que te dice que no eres perfecta, que tu tiempo no es suficiente para todo lo que
quieres hacer. Pero sé que, en esos momentos, también estás tomando decisiones gigantescas, decisiones que son más grandes que cualquier tarea pendiente. Porque ser madre es elegir, una y otra vez, ser la columna que sostiene a los demás, incluso cuando el viento parece estar en tu contra.
Y no solo eres la columna, madre, eres el latido del día, el motor de cada acción, la fuente inagotable de amor que fluye, que da, que alimenta.
Y aunque el día pase rápido, con sus risas y sus gritos, sus alegrías y sus llantos, yo, la vida, también te veo en los pequeños momentos. Veo esas sonrisas cómplices que compartes con tus hijos cuando el caos se calma por un instante. Veo los abrazos que guardas para ti misma, esos que te
reconcilian con el alma y te dan fuerzas para seguir.
Veo, incluso, la quietud que encuentras al final de la jornada, cuando por fin todo parece detenerse, cuando el sol ya se ha ido y la luna te acompaña en tu soledad.
No quiero que olvides, madre, que cada pequeño gesto cuenta. Cada plato servido, cada beso dado, cada palabra de aliento, todo eso tiene un valor
inmenso. Porque la perfección no vive en las tareas cumplidas, en el día organizado o en el orden que logras crear en el caos. La perfección está en el
amor que pones en todo lo que haces, en el sacrificio que no pide reconocimiento, pero que deja una huella imborrable en los corazones que tocas.
Y sé que, a veces, la frustración te invade. Quizás no siempre puedas estar donde quisieras, quizás haya días en los que te falte energía, días en los que la culpa se vuelva más pesada que el resto del mundo. Pero déjame decirte algo: esos momentos de fragilidad son los que te hacen humana, y en tu
humanidad, eres más que suficiente.
Madre, en ti reside una fuerza que ni siquiera tú comprendes completamente. Porque eres la que da vida, la que da amor, la que da lo mejor de sí misma, sin esperar nada a cambio. Eres la columna que sostiene el hogar, el corazón que late en cada rincón de esa vida que construyes. Y aunque la
vida a veces te haga sentir que no alcanzas, quiero que sepas que te veo. Veo tu esfuerzo, tu sacrificio, y sobre todo, veo ese amor inmenso que no entiende de límites.
Así que, cuando te sientas cansada, cuando el agotamiento te haga dudar de ti misma, recuerda que eres la heroína de tu propia historia. Porque en
cada paso, en cada día que das, haces más de lo que imaginas. Eres el alma que da vida a este mundo, madre. Y eso, nunca, jamás, será en vano.