Es uno de esos días, en uno de esos meses compuesto por cinco semanas, donde mi sueldo no se estira lo suficiente como para tener otro plan mejor un día como hoy. Estoy mirando uno de esos canales que deberían tener un aviso permanente que alerta de los peligros del mismo en la parte baja de la pantalla como los carteles que aparecen en los paquetes de tabaco. De repente, me entra una alergia rara, muy rara, mientras me fumo un cigarro frente a la tele un viernes. Sospecho que lo que me produce este picor de ojos puede estar producido por la sensación que me da ver las ya familiares butacas con colores otoñales del Central Perk donde creo que albergan cientos de miles de ácaros. O, quizás lo que me genera esta sintomatología sean los comentarios machistas socialmente aceptados que se daban en las sitcom de los noventa.
En muchos momentos de mi adolescencia me hubiera gustado teletransportarme a esa cafetería para tomarme uno de esos brebajes, servidos en cubos enormes a modo de taza, vivir en Nueva York y ponerle un botón de risas enlatadas a mi mierda de vida para que cuando contara una anécdota poco graciosa, a las personas de mi alrededor, les entraran ganas de reír. Pero sobre todo me hubiera encantado ser amiga de las seis personas que protagonizan la serie de Friends. Vivir con ellas aventuras ridículas lideradas por Joey Tribbiani, ir a un concierto de Phoebe Bufay, asistir a la boda de Mónica y Chandler, liarme con Rachel y de paso joder al pringao de Ross. No es nada personal, pero he de declarar que le tengo bastante manía al personaje trillado de ciertas series del “hombre bueno al que todas las mujeres putean”. Así que, qué le jodan a Ross.
Volviendo a la realidad, lo más parecido que he encontrado al Central Perk es una cadena de cafeterías estadounidense, con precios estratosféricos y con personal a su disposición mal pagado. Situación que también me da mucha alergia. Y, lo más parecido que he tenido a un grupo de colegas como el de Friends es un grupo de whatsapp donde nos peleamos, día sí y día también, contra un sistema hiperproductivista que nos impide dedicarle un tiempo de calidad a nuestros grupos físicos y no virtuales de colegas. Entre otras cosas, nos obliga a citar a nuestras amigas con semanas de antelación entre los huecos de las reuniones del curro, las horas “extras”, el deporte de mierda que hagas para mantener tu salud mental firme, la correcta realización de las ABVD, el limpiar la casa y qué se yo, dedicarte un poco, poquitito de tiempo a ti misma (no sé llamadme loca, dedicarle tiempo a leer POR EJEMPLO).
Desde el feminismo hemos procurado darle un espacio más que merecido a la amistad, más concretamente, hemos incluido a nuestras amigas en la jerarquía de familia, y casi que en la liga de las diosas, pero es que no era para menos. Las amigas con “A”, donde también podemos incluir a todas las personas disidentes de la cisheteronorma con “X”, han sido engranajes clave para la liberación, el seguir adelante y el cambio social del “nosotrxs”. Estas personas son las que en muchas ocasiones hemos afirmado que sustentan nuestra vida (a nivel práctico) y nuestra existencia (a nivel simbólico), claro está, si tenemos la suerte de tenerlas y de darles un espacio para que puedan hacer, deshacer y sostenernos con sus actos.
Pero, cómo no, revisando mi labor y existencia como feminista he estado dándole vueltas a la idea de qué desde el movimiento le hemos dedicado un tiempo valioso y bastante amplio a ensalzar a nuestras amigas, creo casi el mismo que a la idea de desromantizar las relaciones sexo afectivas. Y es que, no era para menos, cuando un voraz amor romántico amasado con el rodillo del patriarcado nos estaba jodiendo los nervios y por qué no decirlo, la vida, a muchas, muchísimas de las personas que vivimos en esta dimensión. Pero por la misma comparativa, venía yo pensando en qué-poquito-de-nuestro-tiempo le hemos otorgado a desromantizar las relaciones de amistad y por qué no decirlo, qué bien nos hubiera venido. Esto puede ser justificable en que las relaciones afectivo sexuales estaban jerarquizadas por encima de las relaciones de amistad en una historia patriarcal que ya sabemos. Puede que sí, necesitábamos compensar esta situación elevando la amistad y dándole bastante más importancia de la que se le ha dado en comparación a otra cuestión fundamental para la-vida-que-nos-han-enseñado-a-vivir a las mujeres como es “el amor” (vinculaciones sexoafectivas en palabros modernos). Desde el movimiento feminista, hemos querido llevar a la amistad hasta el horizonte horizontal de las relaciones, cuestión con la que estoy profundamente de acuerdo y en la que me identifico como militante férrea.
Pero…, pero, pero, pero, PERO: hago también una puesta en firme por la revisión de nuestras relaciones de amistad. Empezando por el principio básico de la no romantización porque hacerlo, duele (menos mal que hacerlo con la amistad no mata como con el amor romántico, también te digo). Lanzada ya la arriesgada afirmación, creo que como siempre lo interesante sería buscar qué cosas hacen que la amistad también sea cruda, como lo son todas las relaciones afectivas, por lo de las idealizaciones y expectativas malditas. Nótese que soy una tirana del realismo y una ilusa de lo crítico. Iremos por partes.
Para poder hablar sobre aquellas cuestiones que duelen en la amistad y que hacen que esta no sean caminos con puentes de chocolate y mariposas de caramelo he profundizado en mi experiencia y revisado mis dolores. También he pedido opinión e investigado historias ajenas, por lo que aprovecho este párrafo para darles las gracias a todas las que dedican su tic-tac en este mundo donde los audios de whatsapp ya suenan x2 a hablar conmigo de sus experiencias.
Creo que de las primeras cosas en las que se podría divagar es que realmente existen muchas, muchísimas similitudes en cuanto a las rupturas de pareja y las rupturas entre amigas. Sobre todo cuando se rompen aquellas relaciones de amistad muy similares a las de Lizzie McGuire y Miranda. Me refiero a aquellas que son simbióticas y se asemejan a las relaciones afectivo sexuales, con mucho de afecto y poco sexuales. La primera reflexión es que creo que cuando una amiga marcha de tu vida, por el motivo que sea, el dolor es el mismo pero el tiempo que le destinamos a ese dolor no lo es. Y aquí está el quid de una cuestión fundamental sobre las relaciones de amistad: el tiempo. Sea porque no lo tienes o porque lo tienes y no lo inviertes.
Por continuar con las rupturas entre amigas, las estrategias de gestión de la desavenencia del vínculo que aplicamos son menos románticas que con lxs novixs. Cuando unx novix aka vínculo sexo afectivo se rompe nos cuesta el contacto 0, el distanciamiento estricto, la formulación de una nuevo camino como amigxs o la estrategia mágica que hayamos decidido practicar para poder darle cabida a ese punto y final. Pero una realidad bastante generalizada es que cuando se rompe un vínculo afectivo sexual “importante” te puedes echar semanas, meses o incluso años a la espalda anhelando a esta persona, relación o vivencia. Y…me da la sensación de que cuando con quién rompes es una amiga nos ha enseñado a superarlo más rápido. O por lo menos son menos intensos los sentimientos que te genera esa ruptura, porque como he dicho antes el drama que se genera por el amor, no se genera con la amistad ¿son más fáciles de olvidar las amigas que lxs novixs? Mal que le pese a mi feminismo, en mi caso, he tardado menos en olvidar a algunas amigas que algunos vínculos que, al menos sobre el papel, fueron menos importantes que las anteriores. Que duro, ¿es el tiempo que le dedicamos a gestionar la ruptura y en general todos los conflictos con nuestras amigas proporcionalmente menor al que dedicamos cuando se gesta con unx compa afectivo-sexual? No lo sé. Pero lo que quiero decir es que me da la sensación de que la cantidad de espacio-tiempo que ocupamos en ponerle el sayo a los delirios de la famosa “gestión emocional” con nuestros vínculos sexo-afectivos son mucho mayores que con nuestros vínculos “solo” afectivos.
Y es que por muchas cosas hemos sobrepuesto a las relaciones afectivas parejiles por encima de las relaciones afectivas de la amistad. En esta línea, el otro día una amiga me comentaba que tras atravesar un periodo difícil de su vida, se había sentido más respaldada por su pareja que por sus amigas. Y con mucho cariño le explique qué no me extrañaba nada que eso hubiera pasado. No podemos olvidar que vivimos en una sociedad donde la institución familiar nuclear tiene todavía muchísimo poder. Porque hemos casi superado la fiebre de lxs hijxs, el coche y la casa (y la hipoteca). Pero ahora tenemos la fiebre de la pareja sin niñxs, la aventura y la furgoneta. Y al final sea el modelo más conservador: “A” o el modelo más “quiero ser progresista: B” sigue habiendo una imposición de un modelo que se convierte en deseable: La Pareja (con mayúsculas, a lo institucional). La fucking pareja.