«De esta saldremos mejores» era una de las frases más populares al inicio de la pandemia. A mí siempre me resultó una afirmación extraña, pero entendía su propósito. Necesitábamos algo a lo que agarrarnos: una otra cara de la moneda que fuera más brillante. Ahora llegan a mis oídos ecos distorsionados de la misma. Como cuando de pequeña jugaba al teléfono y algún tramposillo cambiaba la frase a mitad de la cadena. «Yo ya lo decía cuando empezó todo esto: la gente buena sacará lo mejor de sí y la gente egoísta saldrá más egoísta aún», me susurra mi compañera de la izquierda al oído. Y yo, al igual que otras muchas veces en el colegio, me siento expulsada del terreno de juego. Como si se hubiera puesto en marcha un teatro a mis espaldas y ahora, sobre el escenario, con los focos cegándome, descubriera que a mí no se me ha asignado ningún papel.
“¿Cómo saldremos muchas de nosotras y nosotros de esta?”
Hace pocos días salió una nueva canción de Stromae: “L’enfer”. Veo el videoclip y me identifico con su infierno, con su soledad, con su pelea contra el vacío. A esa partida sí se acordaron de invitarme.
No sé si alguien se está volviendo más generoso durante la pandemia. No me parece justo pedirnos eso, cuando ya estamos lo suficientemente ocupados en sobrevivir. ¿Cómo saldremos muchas de nosotras y nosotros de esta? Más heridas, más agotados… «¿Cuántos?» se pregunta el infierno de Stromae, «Muchos» se responde, «pero a pesar de todo me siento solo». Entonces, ¿cuál es la cara brillante de la moneda? ¿En qué afirmación podemos sostener toda esta devastación de los últimos dos años y lo que nos quede por delante? Quizás la esperanza resida en el propio surgimiento de estas canciones. En la viralización de videos, post, noticias, que hablen sobre la depresión, sobre la ansiedad, sobre el suicidio.
Cuando todo esto se acabe no dejaremos de sufrir. ¡Somos humanos! Pero quizás esta experiencia nos sirva para empezar a expresar nuestros infiernos, para dejar de esconderlos bajo las alfombras. Es hora de poner la salud mental en el centro de la mesa. Porque de esta saldremos como ya éramos: frágiles. Pero, con suerte, diciéndolo en voz alta.
