Empiezo este artículo con una reflexión. En un mundo donde el caos, el consumismo, la producción y el estrés están a la orden del día, muchas personas están atravesando graves problemas de salud mental, como el burnout, la ansiedad o depresión… y en muchos de esos casos ni siquiera hay un diagnóstico porque parece que (casi) todo se cura con un paracetamol y mucha agua.
Con todo ello, son muchas las personas que deciden callar lo que sienten o por lo que están pasando porque piensan que no serán escuchadas. ¿Acaso no sería más fácil poder decir en voz alta lo que uno siente para poder sanar más rápido? Ya dicen que las penas compartidas son menos penas… Sin embargo, muchas optan por silenciar lo que a gritos su cuerpo acaba somatizando.
También son muchos los que se animan a ir a terapia porque se ha puesto de moda, en vez de asumir que es porque durante mucho tiempo han estado silenciando lo que guardan dentro porque no han sido capaces de compartirlo con nadie. ¿Alguna vez vosotras mismas os habéis callado por miedo a ser juzgadas? “Ya estás otra vez”, “eres una exagerada”, “las cosas no son como tú las piensas”….
Y esto me lleva a lo que quiero hablaros hoy. Validar para sanar. Me he dado cuenta de lo importante que es validar lo que sienten los demás en ciertos momentos en vez de juzgar sobre por qué están actuando como lo están haciendo. Quizás haya todo un mundo escondido detrás de esa persona que desconocemos. Quizás necesite ayuda y no sepa cómo pedirlo.
Probablemente, validar lo que sienten otros, sea una de las mayores muestras de empatía y conexión humana que podemos hacer por otros, porque estaríamos reconociendo que lo que sienten tiene sentido para ellos y que sus experiencias emocionales son legítimas aunque no lleguemos a entenderlo o compartirlo. Me he dado cuenta de que la validación emocional puede convertirse en un poder sanador.
Aunque no puedo dejar pasar por alto otro concepto que está relacionado con lo que os estoy poniendo sobre la mesa, que es la justificación de las acciones. No es lo mismo validar que justificar cualquier comportamiento derivado de una emoción. Cualquiera puede sentir rabia, desesperación, frustración, tristeza, enfado… y que sea válido, pero eso no justifica que pueda herir a otros por sentirse así. Con esto me refiero a todas esas veces en las que tú misma u otras personas habéis dicho y escuchado aquello de: “bueno, pero ya sabes cómo es”, justificando un mal comportamiento.
En ese caso, es importante crear un equilibrio en el que se separe el sentimiento, que siempre merece un reconocimiento, de una conducta. Podemos acompañar a los demás emocionalmente pero poniendo un límite claro sobre lo que es un comportamiento aceptable o no. La clave está en promover una buena responsabilidad emocional: que cada uno aprenda a hacerse cargo de lo que siente sin descargarlo dañinamente en los demás.
Volviendo a la validación emocional, invito a una reflexión en la cual nos planteemos abrazar emocionalmente tanto a nosotras mismas como a los demás sin cerrar los ojos a los efectos que nuestras acciones puedan producir. Es decir, aprender a ser emocionalmente responsables teniendo compasión pero sin perder los límites. De esta forma, todos aprenderemos a construir relaciones mucho más sanas con nuestros seres queridos.