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Tu derecho a ser simple

¿Te ha pasado alguna vez que te obsesionas con una idea y todo te lleva en la misma dirección? No sólo ves coches rojos, o perros salchicha, sino que eres consciente de aquello a lo que le prestas atención.

Cursos, lecturas, formaciones, terapias, incluso series de televisión o conversaciones, todo empezó a llevar el mismo subtitulo: “simple”.

Enseguida mi método de defensa preferido eligió revisar la teoría en algo complicado en busca de apoyos en contra. El tema de las decisiones me pareció lo suficientemente peliagudo como para poner a prueba eso de la sencillez: que levante la mano la persona a la que le sea sencillo tomar decisiones.

No hay más que volver a la piel de cualquiera de mis momentos decisivos, recordar las sensaciones físicas abrumadoras, el incesante barullo mental, las muchas listas de pros y contras y, sobre todo, esa presión en el centro del pecho que pesaba como mil toneladas. Si fuese fácil elegir no me pasaría días -años- considerándolo. Este punto parecía ganado. 

Eso no significaba que lo vetase para otros. La búsqueda de simpleza ya sea en hábitos, relaciones, obligaciones y objetivos puede generar un flow, una especia de corriente, un contagio. No obstante, también se convierte en un reto, uno en el que te das de cuenta de que lo simple es en realidad lo más complicado. 

A pesar de la creencia popular, lo simple no viene sin esfuerzo, no destierra las dudas con varita mágica. Atenerse a lo elemental es un arte que viene con errores, la vía para el aprendizaje. Cualquier habilidad que hoy parece “natural” tuvo unos comienzos torpes, precarios, llenos de esfuerzo, empeño y fracasos. Con el tiempo, muchas de ellas se irán. 

Tuve que volver sobre mis pasos y retomar la historia mitológica de Ariadna y el ovillo a modo de objeto de estudio. A simple vista la moraleja de esta historia es “la mejor decisión, la más simple”. Cosa bien distinta es que cada uno en esa trama se haga cargo de sus propias decisiones. 

Cuantas veces los problemas no son tales, pero involucran sentimientos en mí, como la culpa, creando la ilusión de que las acciones de otros son en realidad mi dilema. Por no hablar de aquellas ocasiones en las que dejo que otros actúen en mis batallas, relegándome al segundo plano del victimismo o la dependencia. No faltan los momentos en los que enredo un poquito la historia confundiendo atención con ayuda. Ni tampoco los instantes que confundo defender una noble causa, con pagar una deuda pendiente por la que estoy dispuesta a aceptar las consecuencias. Tampoco puedo llevar la cuenta de las veces que dejo que una dificultad que todavía no está ni cerca se lleve toda mi atención para no enfrentarme al reto de la que está ocurriendo en este mismo instante.

Si de verdad busco lo simple debo acudir primero a lo más elemental.

¿Cuál es el problema? ¿De quién es la decisión? ¿Quién tiene que resolverlo?

Desde esta perspectiva es más comprensible que lo simple no tiene que ser fácil, ya que no te deja artificio dónde esconderte. 

Por otro lado, puedo reconocer lo sencillo ya que habla el idioma de todo mi ser, no únicamente de una parte. Lo cual conlleva que esa identificación debe surgir de mí, no del exterior, siendo esa lengua profundamente personal e intransferible.

Animarse a ser una aprendiz de lo sencillo es trabajar para confirma lo que quiero e identificar mi lugar en el mundo. 

Tomamos decisiones a millares, todos los días. Algunas se han convertido en hábitos y otras en pesadilla.

Acuérdate del ovillo y ejerce tu derecho a ser simple. 

Paula Vilán Castro

Comunicadora, entusiasta, singular. Atendiendo y entendiendo la totalidad. Ecología personal. Viborganic.

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