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¿Todo lo válido debe ser científico?

Vivimos en una sociedad que parece dar valor solo a aquello que puede medirse, demostrarse y validarse científicamente. Pero hay formas de conocimiento que, aunque no siempre se vean en laboratorios, tienen un impacto real en la vida de las personas.

Como psicografóloga, coach y experta en comunicación no verbal, trabajo cada día con herramientas que requieren formación, estudio y sensibilidad. En mi experiencia, técnicas como el dibujo, el lenguaje corporal o el análisis de la escritura revelan aspectos profundos del mundo interno que muchas veces no se expresan con palabras. Estas herramientas no son una invención: requieren ética, formación y práctica.

Y, sin embargo, seguimos atrapados en la idea de que solo lo que se puede probar científicamente merece respeto. Como si todo lo emocional, intuitivo o simbólico fuera sospechoso por definición.

Algunos científicos desconfían de lo que no pueden cuantificar. Algunos psicólogos miran con recelo al coaching, como si fuera una amenaza y no una herramienta complementaria. Incluso el psicoanálisis, con más de un siglo de historia, es muchas veces mirado por encima del hombro por quienes defienden una visión exclusivamente conductual o neurocientífica.

Pero… ¿por qué esta necesidad de competir en lugar de colaborar? ¿Por qué tanto miedo a lo que no encaja en un marco rígido?

La mente humana no es solo razón, también es emoción. Nuestro cerebro no es únicamente hemisferio izquierdo, lógico y analítico. También es hemisferio derecho: creativo, intuitivo, sensible.

No es uno o el otro. Son ambos. Y ambos se necesitan.

La psicología misma fue cuestionada en sus inicios. Hoy es una disciplina consolidada. Quizá estemos justo en ese mismo punto con otras herramientas emergentes, que aún deben abrirse camino.

Incluso la justicia ha comenzado a dar pasos hacia una mirada más humana. La nueva legislación que promueve el uso de la mediación como vía previa a un proceso judicial reconoce que muchas veces el conflicto no necesita sentencia, sino escucha.

Como perito judicial, considero que ya va siendo hora de humanizar ciertas estructuras.

Desde niña lo supe: la ciencia y los números nunca me apasionaron tanto como las personas. Mientras otros memorizaban fórmulas, yo observaba miradas, gestos, silencios… porque me apasionaba conocer a la gente.

Y quizás por eso siempre fui una niña sociable. De forma casi innata, nunca me costó hacer amigos. Incluso imitaba a los profesores sin darme cuenta… algo que, sin saberlo, probablemente tenía que ver con ese hemisferio derecho que tanto se infravalora.

Porque, al final, las relaciones humanas van mucho más allá de los datos.

Son emoción, intuición y conexión real.

Y es que lo esencial no siempre se explica. A veces simplemente se siente.

¿No va siendo hora de dejar de ver la emoción como lo opuesto a la razón, y empezar a reconocer que ambas pueden convivir? Porque, muchas veces, las ideas más cuerdas nacen del corazón.

Macarena Arnás

Escritora y psicografóloga. Inquieta e inconformista por naturaleza.

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