«Las espais», como las llamábamos en su momento, fueron un fenómeno de masas que he tardado años en comprender.
En 1996, cuando sacaron su primer disco de estudio, Spice, yo tenía 8 años. En el recreo jugábamos a hacer las coreografías de los videoclips y a mí, como era rubia, siempre me tocaba ser Emma. Me tocaba ser Emma o, directamente, me llamaban Sabrina, la de Cosas de brujas, pero esa es otra historia.
El caso es que nunca hubo elección. Me tocaba ser la rubia y ya. Siempre había alguien partiendo el bacalao del recreo y, por supuesto, no era yo. Hacíamos las coreografías, nos aprendíamos de memoria unas canciones que no entendíamos, pronunciándolas como buenamente podíamos, y hasta ahí llegaba nuestro compromiso con el girl power.
Qué diferente hubiera sido si por aquel entonces yo fuese más mayor, porque en su momento no entendí lo que Wannabe quería decir. La capacidad de decisión. El establecimiento de prioridades. Las múltiples posibilidades. El poder de las mujeres.
Sí, el poder de las mujeres. Tantas veces lo dije y no terminé de interiorizarlo, pero se quedó ahí, latente.
Estas mujeres se plantaron hace casi 30 años ante el mundo con una declaración de intenciones que yo he comprendido hace solo unos años: jugábamos a ser ellas porque parecía fácil ser ellas. Eran chicas normales con algo que decir. Como lo somos todas. Personalidades diferentes con el mismo mensaje.
Mujeres distintas que se dan la mano.
Mujeres con todas las posibilidades por delante.