Buenos Aires es una ciudad multifacética que esconde tesoros en cada esquina.
Como si de una caja de Pandora se tratara, al recorrerla pueden salir a la luz pequeñas joyas ocultas, que muchas veces pasan desapercibidas.
Hoy quiero llevarte a conocer tres rincones “escondidos” que creo que vos también deberías visitar.
Una galería con encanto francés: Paul French Gallery
El día elegido para comenzar el recorrido fue un martes, y la primera parada fue Paul French Gallery. El día era perfecto, ya que no hacía ni frío ni calor.
En noviembre, la primavera ya se instaló en Argentina; sin embargo, en esta época del año es posible encontrar días en los que la temperatura supera los 30 grados (casi un mini verano) y otros en los que el termómetro marca 18 o 20.
Tras una breve caminata por el barrio de Palermo Soho, llegamos a este pequeño oasis en medio de la ciudad, que se ubica en Gorriti 4865.
Un largo pasillo lleno de plantas sobre un antiguo riel me recibe. El color verde prevalece en todo su esplendor. Una mesita con dos sillas se asoma. A medida que avanzo, una música suave llega a mis oídos; reconozco a Édith Piaf. Antiguamente, en esta casona se fabricaban aceites y vinos, y sobre ese riel se transportaba la mercadería que luego se distribuía.
Paul French Gallery nació en el año 2010 de la mano del interiorista Pablo Chiappori. El lugar se encontraba casi en ruinas, y los dueños buscaban instalar un local de decoración. Este pequeño rincón había sido, en el pasado, también una joyería y un taller mecánico.
Hoy es un lugar de descanso y relax donde conviven distintos comercios, entre los que se puede encontrar “Tealosophy”, un emprendimiento de té creado por la tea blender Inés Berton, que hace más de 20 años diseña las líneas de té más exclusivas de Argentina. Personalidades como el Dalái Lama o Lenny Kravitz consumieron sus creaciones.
El mediodía se dio cita, el hambre apareció, y no quise perder la oportunidad de probar alguno de estos tés. Mi elección fue uno llamado “Plum Rose”, que consistía en hebras de té negro, ciruelas de finales de primavera, flores y miel, acompañado por un sándwich de peras y quesos.
También se encuentran otros comercios, como Liquid Emotions, una barra de tragos y mocktails que transforma blends de té en syrups que se usan para preparar tragos con y sin alcohol, y una tienda de antigüedades, entre otros.
Cuenta además con otra sucursal ubicada en la República Oriental del Uruguay llamada “Paul Beach House”, que se enfoca en el concepto de “Casa de Playa”.
En el año 2022, Paul French Gallery fue ganador del GIA Awards como mejor local de retailing en “The Inspired Home Show”, un evento que se llevó a cabo en Chicago.
Pasaje Suizo, un pedacito de Europa en pleno corazón porteño
Tras abandonar Paul French Gallery con la convicción de que volvería, continué el recorrido. Mi segunda parada fue el Pasaje Suizo.
También conocido como “Pasaje del Correo”, ya que allí funcionó durante muchos años una oficina postal, este pequeño callejón, ubicado en Vicente López 1650, Recoleta, parece salido de un cuento.
Con un marcado estilo europeo, su historia se remonta a 1922, cuando el italiano Felipe Restano construyó dos edificios con dos plantas y 21 viviendas unifamiliares.
Hoy se convirtió en un polo gastronómico y cultural en el cual funcionan varios comercios, como “Puerta 7”, un taller de arte para niños, adolescentes y adultos, y Aramburu, un restaurante de “fine dining” con dos estrellas Michelin, entre otros.
El pasaje conserva su estructura original de fines del siglo XIX y cuenta con balcones de estilo francés. Como testigo de su historia, se puede encontrar también un antiguo buzón rojo en su entrada.
En el año 2009, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires incluyó al Pasaje Suizo dentro del listado de inmuebles singulares del Código de Planeamiento Urbano, lo que significa que su estructura cuenta con un nivel de protección que impide la demolición o ampliación del edificio.
Pasaje Corina Kavanagh: ¿historia de una venganza?
Mi tercera y última parada fue el pasaje Kavanagh (Florida 1065, Retiro). En cuanto lo vi, me recordó un poquito a Roma.
Tiene una historia muy singular y, si bien no se sabe con certeza si ocurrió o solo es una leyenda, igual vale la pena conocerla.
Corría el año 1910, y Corina Kavanagh y Aarón Félix Anchorena Castellanos iniciaban su romance. Ella tenía 21 y él 12 años más, y estaban en su mejor momento. Sin embargo, no todo era felicidad porque había gente dispuesta a impedir su historia de amor.
María Mercedes Castellanos de Anchorena, madre de Aarón, estaba en contra de ese romance porque quería que su hijo se casara con una mujer de la alta sociedad, como ellos.
Si bien Corina era millonaria, no tenía “sangre azul”, y Aarón terminó por abandonarla, ya que no se atrevió a desafiar a su madre. En ese momento, Corina comenzó a tejer su venganza.
En 1920, la familia Anchorena (que era ultracatólica) construyó la Basílica del Santísimo Sacramento con la idea de que ese fuera el lugar de descanso eterno de la familia. La vista desde el palacio, que era la residencia cotidiana, hacia la iglesia era magnífica, aunque surgió un problema: enfrente del templo había un solar vacío en el que María Mercedes Castellanos quería construir el nuevo Palacio Anchorena.
En su lecho de muerte, le pidió a su hijo Aarón (quien tenía el dinero, pero según dicen lo habría perdido en el hipódromo de Palermo) que comprara ese solar, ya que la basílica en la que descansarían sus restos quedaría unida a él.
Pero Corina se enteró, vendió tres estancias en Venado Tuerto y lo compró, construyendo así un edificio de 120 metros de altura (que hasta 1954 fue el más alto de Sudamérica), llevando a cabo su venganza. Su ubicación impide que desde lo que hoy es el Palacio San Martín y sede del Ministerio de Relaciones Exteriores (y que antiguamente era la casa de los Anchorena) se vea la Basílica del Santísimo Sacramento.
Ella se casó tres veces; Aarón nunca lo hizo. Hoy la Basílica del Santísimo Sacramento solo se puede ver desde el pasaje que lleva su nombre: Corina Kavanagh.