Entré en esa habitación oscura llena de olor a sexo y nada de ataduras. Sobre la cama miles de tesituras, sedas y pensamientos llenos de vicio y locura.
Me miró, le miré, me sentó en los pies de la cama, seguí mirando con ojos que le hablaban. Puse mis manos en su cintura, desabroché su cinturón con dulzura, mientras mi otra mano restregaba su sexo ese que me llevaba a la locura. Destapé con gran pasión su religión y frote sin medida aquella aparición. Él regresó a la locura, al deseo, al fuego. Dirigí a mis labios su cortejo, disfrutando de cada centímetro, asimilando su gran poder, corriéndome con solo ver. Y yo no paraba de lamer y comer, y el me sentía y afloraba en él, ¡dosis de placer!
Yo sabía que llegaría su éxtasis, ese que el ansiaba, ese que esperaba. Me levanté de la cama, lo tumbé y fui yo quien dominaba. Aparte mi ropa interior, sin quitarme nada. Y lo hice mío, le demostraba ese animal que yo llevaba. Baile en su sexo, ¡disfrute de el en verso! Azotó mi trasero, lo volví loco con esmero. Repetía “fóllame, fóllame sin freno” . Su sexo me volvía loca, mojada, viciada así estaba.
Llegué 3 veces al éxtasis, corriéndome cada segundo, sintiendo cada vez más el placer absoluto. Lo miré y le dije córrete en mí, retorciéndonos de puro placer, asumiendo ese parecer. Me volví a correr mientras él llegó a ser mi sumiso esta vez.