¿Por qué nos asusta tanto sentir?, o mejor dicho ¿por qué nos asusta tanto mostrar o ver cómo otras personas muestran sus emociones reales de una manera real?
Seguimos todavía en muchos momentos cometiendo el error de controlar esta intensidad y de responder ante emociones desagradables, ya sean propias o ajenas, con infinidad de vías para liberar y superar la emoción cuanto antes; “habla con X persona”, “sal hoy a despejarte”, “ponte a hacer estas cosas de la universidad o el trabajo y te ayudará”, etc, y es que el problema no son estos “consejos/tópicos”, sino la actitud y perspectiva desde la que se transmiten, si se los dijéramos a la persona o nos los aplicásemos a nosotros mismos desde el único objetivo de poder estar mejor o que nos afectase menos la emoción durante su estancia en nosotros no existiría ningún problema, la cuestión y la “Red Flag” aparece cuando todos nuestros comportamientos hechos o por hacer están motivados por el imposible objetivo de escapar de esa emoción tanto tiempo como nos sea posible o escucharla lo menos que podamos… ¿por qué?
Probablemente porque con el ruido de nuestro alrededor sentimos que tenemos cierto control sobre él, en cambio, cuando pretendemos quedarnos en “silencio” y empezamos a escuchar otro tipo de sonidos con valiosos mensajes que vienen de nuestro interior ya nos sentimos más vulnerables por la ausencia de control sobre ellos si es la primera o de las primas veces que lo presencias.
Ya lo dijo Neruda: “Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas.”
Ese momento llegará, más pronto o más tarde, y en cualquier tipo de momento nos convertiremos en nuestro mayor aliado o nuestro peor enemigo, nos encontraremos en un posición o en otra dependiendo de nuestros esfuerzos pasados por haber evitado ese momento y entonces pasaremos a hacer ese “clic” emocional que es mucho más importante que el que nos pedían nuestros padres que hiciéramos cuando metíamos la pata en algo. Pero, aún siendo necesario este momento, este punto de inflexión, lo alargamos y evitamos con gran contundencia por miedo a sentir, nos pasamos años llenando de ruidos ensordecedores nuestro día a día para no escucharnos a nosotros mismos y nos enfadamos o nos mostramos molestos si vemos a alguien “intenso” mostrando sus emociones abiertamente porque, en el fondo, nos muestra que nosotros podríamos hacerlo también si tuviéramos esa cita con nosotros mismos.
“Las emociones agradables podemos sentirlas abiertamente, aunque el afecto hacia otros debemos controlarlo por miedo a que nos hagan daño o a conectar con esa vulnerabilidad, y las emociones desagradables debemos controlarlas tanto con nosotros mismos como con otros por miedo a que estas nos invadan”.
Miedo, miedo y más miedo… a ser reales, porque eso es lo que son nuestras emociones y nosotros mismos, reales, y hacer este descubrimiento nos hace ser conscientes que el ser reales es nuestro mayor miedo, pero también es una puerta hacia nuestra mayor aventura, la del vivir nuestras propias vidas y sentirlo todo tanto como podamos.
El miedo es válido sentirlo, por supuesto, pero también es válido sentir tristeza, amor, rabia y todas las emociones habidas y por haber y mostrar nuestro amplia gama de sentires abiertamente ante nosotros mismos y ante otros; llorar siempre que lo necesitemos, reír a carcajada limpia, abrazar o decir “te quiero” cuando lo sintamos, reconocer que no estamos bien y pedir ayuda, todo esto podemos y debemos hacerlo paso a paso y de manera continuada a lo largo del tiempo para ir conociendo esa vulnerabilidad única y preciosa de nosotros mismos, descubrir y aprender el mensaje que trae consigo cada emoción que tenemos y no tener así tanto miedo a conectar con nuestras propias emociones, este es un paso imprescindible y necesario para que luego podamos acoger y acompañar a otras personas con sus emociones, si no lo hacemos entonces estamos condenados a seguir evitándolas en nuestro día a día y perdernos una realidad más abstracta, pero no menos valiosa y enriquecedora para nuestro propio crecimiento personal.
Una vez me dieron el gran consejo de “ten una cita contigo misma”, pues eso, antes de nada y de nadie vais vosotras, somos seres únicos, válidos e irremplazables, y nuestra manera de sentir también lo es, así que tengamos esa cita, escuchémonos más a nosotras, identifiquemos que áreas internas nos hacen ruido y curemos y cuidemos de estas partes, sólo así podremos disfrutar del derecho y deber de ser plenamente reales y poder así aprender de nosotros y de otros los importantes y valiosos aprendizajes que la vida nos irá ayudando a recibir.