Hay un miedo atroz a lo feo. Feo, del latín foedus, falto de belleza. Feo, la palabra que demoniza todo lo que viene tras ella. Pavor a que alguien nos la designe, a que una persona ajena nos la tatúe y aloje en una parte de nuestra piel. ¿Por qué lo feo genera tanto rechazo?
Nutrirnos en exceso de alabanzas, piropear cada fibra de nuestro ser, es perpetuar los estándares de belleza de siempre. ¿Por qué es tan importante sentirnos guapas y recordárnoslo todos los días frente al espejo? ¿Por qué se le sigue concediendo tanto poder a la belleza?
Nos impregnamos de aquello de lo que huimos, nos acunamos en su falso maquillaje y creemos que nos sana su efímero alivio. ¿Y si no somos ni nos sentimos preciosas? ¿Por qué la sociedad nos obliga a tener que vernos de tal modo? ¿Por qué nos quieren hacer encajar, aunque sea de palabra, en los estrechos cánones de la hermosura? ¿Por qué no somos capaces de tener una buena autoestima y una relación sana con nuestro cuerpo sin el eterno cumplido a lo físico?
Quisiera no tener que pensar tanto en la imagen, observar mi cuerpo sin plantearme si me gusta. Es imposible que me encante todo de él. Su gracia varía también con el ánimo y el paso de los días. Al final, el body positive impone lo mismo que reprocha. Es la cirugía estética del halago.
No quiero camuflarme, no —y mucho menos— con la palabra. La palabra es todo lo que tengo. ¿Por qué usarla para mentirme? Las buenas intenciones a menudo cargan un saco de ponzoña. Lo feo también forma parte de mí. Quiero abrazarlo, quiero…
Decir que existe no es no quererme. No lo amo ni lo odio, solo lo acepto y le doy su lugar en el mundo. Tiene derecho a vivir y sentirse libre: de cánones, galanterías, disimulos e invenciones varias. ¿Por qué queremos deshojarnos de todo lo que no nos parece bello? Lo eliminamos primero con maquillaje. Después llegan las cirugías. Le siguen, por último, los filtros en las redes sociales. Y, entre medias, los halagos que no nos creemos. Demostrarnos para demostrar al mundo. Y viceversa. La historia aburrida de siempre. Porque parece que solo lo socialmente sublime es digno del arte contemplativo.
Feo.
Un miedo atroz a lo feo.
Lo único, lo singular, tiene más designio que lo bello. Concedámosle más poder a la unicidad que a la belleza.
● Una reflexión de Germinativa, diario híbrido de una intimidad compartida.