Vivimos en la sociedad de los grandes resultados. Lo único que nos importa son las metas. Nadie habla del camino o los procesos, de las intenciones que nos mueven a la hora de perseguir un objetivo. ¿Qué es lo que motiva tus acciones? Dinero, amor, fama, impacto, poder, gratificación…
Hace algunos días impartí un taller de escritura en mi espacio. Tuve de invitada a la grafóloga Macarena Arnás, también colaboradora de este medio. Tras analizar algunos de mis escritos, me desveló que detrás de mi grafía se escondía una persona ambiciosa a la que, sin embargo, le costaba mucho conectar a nivel emocional con otros individuos. Comunicadora, pero retraída. Creativa, pero analítica. Leal, pero terca.
La ambición es un concepto muy masculino. No conozco a muchas mujeres que se sientan cómodas definiéndose a sí mismas como ambiciosas. Pero la ambición, según la Real Academia, no es más que el «deseo ardiente de conseguir algo», una «cosa que se desea con vehemencia». Y ¿ qué sentido tendría la vida sin aquello que nos proponemos de manera febril?
En tiempos de capitalización, la sociedad evalúa nuestros objetivos y les concede más o menos valor en términos de productividad. Parece que lo único que importa son las ventas, las reproducciones, las visitas, los followers, los likes. Cuando desvelo que soy escritora, la pregunta inmediata es cuánto dinero gano con ello, si esta profesión me da para vivir. Nunca me han preguntado si soy feliz, si me siento realizada, si considero que lo que hago es importante, si tiene algún tipo de impacto, más allá de la estereotipada y supervacánea viralidad.
Reconozco que, desde hace algún tiempo, mantengo una relación problemática con las redes sociales. Ya no me importa que mis vídeos lleguen a más o menos gente, cuando me muera nadie se va a acordar de mis likes. Lo que me preocupa es si lo que hago es relevante, aunque el círculo al que llegue sea mucho menor. No me seducen los perfiles llenos de corazones, me dan igual las analíticas. No me impresionan. No si es a costa de repetir lo que hace todo el mundo, de perseguir el entretenimiento por encima de la reflexión, de publicar titulares simplistas, frases que bien podrían estar impresas en camisetas de alguna cadena de fast fashion.
¿Cuál es el motor que hay detrás de tus acciones? Con sinceridad, no ganas nada engañándote a ti misma. Vemos en las redes sociales perfiles aparentemente altruistas que lo único que buscan es lavar su imagen: la narrativa de la «buena persona» también está en venta. Capitalizamos el amor. Capitalizamos la amistad. Capitalizamos las buenas acciones. Capitalizamos la felicidad. Todo, todo lo que somos y hacemos es producto de consumo. Nos absorben, nos mastican, nos tragan. Vivimos a costa de que los demás nos engullan.
Me cuesta mucho conectar a nivel emocional con otros individuos. Lo he confesado hace algunas líneas. La ambición que yo persigo está enraizada a los conceptos de justicia y honorabilidad. Puedo conectar con alguien con gustos diferentes a los míos, pero no con distintas motivaciones. Me escuece descubrir que, detrás del supuesto éxito de muchas personas —atendemos aquí el concepto según los parámetros socialmente establecidos—, solo hay rencor, vacío, apariencia.
«Dedico este premio a todas aquellas personas que nunca creyeron en mí». Y aplaudimos. ¿Cuántas veces no hemos escuchado alguna variación de esta cita en un discurso? El motor que le ha movido a triunfar a esa persona han sido los demás, su escozor, el querer demostrarles que podía. Lo siento. A mí, al menos, no me sirve.
Resulta muy difícil encontrar en nuestros días a personas que se mantengan fieles a sí mismas, que hagan honor a su esencia, que honren sus valores, que no se dejen arrastrar por lo superfluo. Que actúen de forma virtuosa no para conseguir likes, callar bocas, comprar el cariño de los otros o hacerles creer que son seres generosos y altruistas. Personas de buena conducta que únicamente actúen de tal modo porque piensen que es su deber como seres humanos. Y nada más.
Pongamos de moda volver a vivir con honor.
Me ha gustado mucho tu reflexión, así lo siento también.
Por otro lado, es difícil vivir ajeno al ambiente que nos rodea que en muchas ocasiones nos atrapa aunque no queramos. Y, cuando eso nos sucede, a algunas nos duele en lo más hondo porque somos conscientes de que la vida no va de eso.
Hay que diferenciar lo que nuestro ego quiere de lo que desea nuestra alma. Aquello que está en consonancia con nuestra esencia, de aquello que vibra al nivel de la sociedad, al nivel de creencias limitantes que nos condicionan para actuar y ser. No sólo es la sociedad, también es lo que hemos “mamado” en la infancia y las herencias del linaje.
Somos como somos porque vivimos en un contexto cultural y social concreto, igual que nuestros ancestros ( el de ellos también lo llevamos incorporado). Y requiere un gran trabajo personal ver e integrar esas normas, hábitos, actitudes, obligaciones, creencias, y después soltarlas y desidentificarnos de ellas, para ser fieles a nosotras mismas.
Comprendo a la que te pregunta si la escritura te da para vivir, porque queramos o no vivimos en este sistema en que necesitamos dinero para casi todo. Quizás la persona que pregunta quiere saber si ella también podría hacerlo. Quizás su corazón late tan fuerte como el tuyo, pero siente que no puede.
Sea como sea, la fidelidad y el amor a uno mismo debería ser nuestro primer valor, pero anteponemos el tener al ser, nos hacemos víctimas del sistema y nos lamentamos. Nos encanta quejarnos de que no tenemos tiempo, y lo perdemos con el móvil, compras, series, cumpleaños multitudinarios, tardes repletas de actividades extraescolares,… Una vez montados en la rueda del hamster, es complicado bajar, y el sistema te incita a que vayas más y más rápido, y ahí está el coraje, la decisión y el compromiso de saltar y sostenerse fuera, las veces que haga falta.
Ahora se mercantiliza con el bienestar de las personas y sus sueños. Es la sociedad en la que parece que cualquiera puede ser escritor (cuántos anuncios hay de “Escribe tu BEST seller en tres meses”!), coach, terapeuta, artista, tener un cuerpo perfecto, …Por no hablar del propósito vital.
Y qué pasa si no estás alineado con tu propósito vital, o ni siquiera sabes cuál es? Acaso la vida no va de Vivir? Y con vivir quiero decir, respirar, caminar, observar, escuchar, comer, dormir, abrazar, amar, sufrir ( lo menos posible si se puede, pero es inevitable al ser inherente a la condición humana), reír, llorar, tocar, sentir.
Vivimos desconectadas de nosotras mismas y de los demás ( en la sociedad de la interconexión digital!), y a veces no sabemos quiénes somos. Vivimos escondidas bajo capas y capas de apariencias incrustadas en la piel.
Un ego grande y sólido alejado de nuestra alma.
Nos identificamos con el personaje que hemos construido, y cuando nos atrevemos a soltarlo nos sorprendemos haciendo cosas que no creíamos que fuésemos capaces.
Para vivir con honor, vivir honorablemente, uno ha de saber quién es primero.
Mi enhorabuena por haberlo averiguado y atreverte a saltar.