Vino a morir un pájaro
al borde del balcón.
Cantó solo un buen rato
y como siempre trato
de hallar la solución
a la agonía ajena,
lo levanté, serena…
y mi última canción
acarició sus alas.
Pasados unos días
(lágrimas suyas, mías)
de cuidado y desvelo,
me sorprendió su vuelo,
misterioso, azul, mágico…
y el final no fue trágico
sino nueva ilusión.
Al centro del balcón,
vino a vivir un pájaro.