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Parte I: La historia de Asbelta Mondarez

Asbelta Mondarez nació hace 16 años en una aldea de cualquier país desfavorecido. Era la mayor de tres hermanas, desde que nació solo había conocido el trabajo duro y la escasez, nunca había sentido  una caricia de amor ni un abrazo y mucho menos un beso.

 “Las hembras sois la desgracia de la familia, las mujeres solo valeis para traer mala suerte”, se lamentaban sus progenitores.

Casados por conveniencia jamás conocieron el amor ni sabían amar. Asbelta soñaba con estudiar, ser profesora y enseñar a las niñas y niños de las aldeas más pobres.

Una mañana mientras estaba moliendo maíz, su madre le dijo “hija hoy prepararemos más comida, vendrá la familia de tu futuro marido, ve a lavarte y cúbrete con tus mejores telas, no hables hasta que no te pregunten ni mires a  los hombres, eres mayor y tu dote no es muy grande, recemos para que no seas rechazada, por suerte  eres pura y eso es lo que busca un hombre”. 

Asbelta sé quedó inmovil, aterrada, nunca pensó que llegaría ese día y tuvo suerte porque su hermana mediana se casaría con 12 años y su otra hermana tenía 9 años pero su futuro ya se lo habían escrito.

Asbelta tuvo mucho miedo, sabía que no podía casarse, un año atrás mientras recogía leña  se le acercaron dos hombres que la sujetaron muy fuerte y la violaron, dejándola sangrando y tirada entre restos de basura. Asbelta nunca hablo con nadie sobre la violación, muchas de las mujeres violadas se quedaban embarazadas y eran repudiadas pero Asbelta tuvo suerte y el pequeño Paulsen nació a los 48 días, asi lo había llamado, Paulsen y siempre lo recordaría, pero fue un alivio que no llegara a termino su embarazo.

El casamiento la dejaba sin salidas, si se casaba el marido podía pedir un castigo de muerte por no ser pura, su familia sería deshonrada y sus hermanas  no serían aceptadas.

Asbelta tomó la decisión de huir para salvar su vida y evitar la deshonra de su familia, no podía arriesgarse a ser presentada a su futuro marido, cogió algo de comida y agua, unas ropas viejas y salió corriendo.

Habían pasado tres horas cuando hizo su primera parada, comió unas pocas semillas, bebió algo de agua y tomó aliento para continuar, pensó en dirigirse hacia la ciudad grande, había escuchado que en el puerto unos grandes barcos llevaban a la gente muy lejos, y continuó caminando hasta verse frente a las puertas de la ciudad grande.

Asustada y nerviosa, decidió hacer noche bajo un árbol, no sabía que había en la ciudad, nunca había llegado tan lejos de su aldea y pensó entrar con las primeras luces del día.

Antes de salir el sol ya estaba lista, había gente entrando y saliendo, había gente en los mercados, había gente sentada tomando té, había gente por todas partes, se sintió abrumada y emocionada, también sintió miedo por lo desconocido.

Cuando llegó al puerto no había ningún barco grande, solo unas pequeñas embarcaciones y mucha gente alrededor, hombres, mujeres y algún niño intentaban subir empujándose entre ellos, cayendo unos para subir otros.

Asbelta estaba muy decepcionada, esas barcas viejas llenas de gente no era lo que esperaba, pero, tenía que subirse a una, tenía que huir para salvar su vida.

Tres días después seguía en la playa, no le quedaba comida ni agua, estaba sucia con las ropas hechas jirones. Asbelta lloró desesperada, lloró frustrada y lloró con rabia. Un hombre se acercó a ella y le susurró bellas palabras para calmarla. Le dijo que la ayudaría a salir de allí, le dio comida, agua y ropa limpia.

Asbelta, no se atrevía ni a mirarle a la cara, ni tan siquiera se atrevía a hablar, pero ese hombre sabía cómo tratar a las mujeres para que confiaran en él.

Había pasado un mes y seguía en la ciudad grande, cada día ese hombre le traía comida y agua, nunca nadie la había tratado tan bien y lo confundió con amor.

Ese hombre le dijo que la ayudaría a iniciar su nueva vida, le dijo que era preciosa, le dijo que no la abandonaría.

Continuará…

Susana Cuadrado

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