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Para las que luchan aunque sea el fin del mundo

Tu sobrina ha pedido por su cumple una inyección de ácido hialurónico. Solo tiene trece años y ya se salta las cenas para no engordar. Te confiesa que le gusta a un chico de cuarto, pero que le da miedo ser su novia porque él no es virgen. No quiere ser una monja, pero tampoco una puta. Tan solo una chica, una girl. Una de esas que lo petan en TikTok, como su amiga Carolina, quien tenía un millón de seguidores antes de tener dos cifras de edad. Le preguntas qué quiere ser de mayor y ella responde «guapa».

El resurgimiento de la ultraderecha ha ido acompañado por un retroceso social. Se enuncia que el progreso es pendular, que por cada paso adelante, se dan dos hacia atrás, pero yo miro a mi alrededor y nos veo de nuevo en la línea de salida. Tanto que nos costó que entendieran que las personas somos plurales, variadas, heterogéneas, como para que ahora vuelvan a intentar poner cada pieza en su lugar: las mujeres a la cocina, las queer al armario y las inmigrantes a su país.

Nos quieren ordenadas, catalogables, segmentadas; porque así somos más fáciles de rentabilizar. Si cada tipo de persona encaja en un lugar predefinido, puedes crear para cada uno de los grupos una serie de necesidades que vender al por mayor: cuchillas de depilar rosas más caras que las azules, cursos de coaching, packs a juego de leggings y sujetadores deportivos, implantes capilares en Turquía, camisetas anchas del Uniqlo, retiros espirituales de corte New Age, novias sumisas creadas con IA, clases de escalada, sérum antiarrugas para compensar el burnout, Labubus de Dior y gominolas de melatonina que te ayudan a dormir sin soñar con otras posibilidades.

En un sistema movido por el capital es más medible un estereotipo que una persona llena de contradicciones, ideas y anhelos. ¿Cómo vas a determinar si no tu target? Mejor bajarle el riesgo a la inversión.

Así, quienes no pudieron asimilar que las personas seamos individuos y no masa, pusieron en marcha las viejas doctrinas que engendran humanos cortados por un mismo patrón. Machismo, racismo, clasismo, homofobia, transfobia, capacitismo y el resto de mecanismos de control que intentan que nos sentemos en el sitio que nos asignaron antes de que a las woke nos diera por jugar al juego de las sillas. Si es que es culpa nuestra, por no estarnos quietecitas, tranquilitas, calladitas.

Ahora miras a tu sobrina y ves en ella el pasado del que tanto te costó escapar. El futuro se merecía crecer en un presente mejor. Nos esforzamos por entregarles las libertades y los derechos que no tuvimos y al final nuestras victorias se evaporaron como el recuerdo de un sueño lúcido. ¿Dónde quedan el activismo, las manifestaciones, los talleres comunales, los pintalabios morados, las conversaciones incómodas, las pancartas, los aliados, las banderas arcoiris, los espacios seguros, la salud mental, el body positive, el antirracismo, la empatía? ¿Dónde queda todo el esfuerzo que pusimos por hacer del mundo un lugar algo mejor? Porque sé que ahora ya no lo vemos. Porque sé que ahora parece que nunca existió.

Cuando tenías la edad de su sobrina leías revistas «para chicas» y contabas las calorías del desayuno. Te gustaba un idiota que te regaló un trauma y cargabas con una culpa que estaba ahí solo por ser quien eras. Porque daba igual quién fueses, por algún motivo siempre estaba mal. Y mientras tú soñabas con ser «guapa», había adultas a tu alrededor que al mirarte veían el pasado y se sentían igual que tú y yo nos sentimos ahora.

Tras la Tercera Ola Feminista en los noventa, vino la hipersexualización de los dosmil. Tras la despenalización de la homosexualidad en la España de los ochenta, la comunidad LGTBIQ+ tuvo que encarar su patologización en los noventa. Tras salir electo el primer presidente estadounidense negro en la década pasada, su sucesor decidió que ser una persona racializada era un peligro nacional.

Un paso hacia adelante, dos hacia atrás.

Ser buena gente ya no es mainstream. Ahora se percibe con cierto hastío infantil, como si pedir que las personas dejen de odiarse, matarse y explotarse las unas a las otras, fuese tan cringe como el delegado que pone orden cuando el profesor se ausenta cinco minutos. Hacer lo correcto nunca es fácil, requiere cierto sacrificio, cierta pérdida, cierta frustración; pero al menos antes te sentías cool por ello, como si formaras parte del club de los populares. Ahora, todos los pibes que iban de aliados y las girlbosses que se creían interseccionales, todos los heterocuriosos con las uñas pintadas y los ecologistas liberales que exotificaron la kombucha… ya no obtienen suficientes beneficios como para que les compense esforzarse. La causa social pasó a ser una causa perdida.

El panorama actual es frustrante, casi apocalíptico. Mires a donde mires parece que el mal ha vencido y te sientes una ilusa por haber creído por un instante que podíamos ganar.

Quizás ahí esté la cuestión: jamás vamos a ganar. Pero tampoco vamos a perder.
Lo único que podemos hacer es luchar.

Seguir hablando, reivindicando, movilizando, cuestionando, señalando, empatizando y haciendo lo que en el fondo todas sabemos que es lo correcto. Para que así, algún día, tu sobrina descubra que ella también tiene en su mano la capacidad de crear un mundo mejor. Igual que hicimos nosotras gracias a las que siguieron luchando cuando parecía que había llegado el fin del mundo.

Alessandra Alari

Escritora de desvaríos, Directora de Arte y eterna autodidacta. Sobrepiensa tanto que necesita donar sus reflexiones de segunda mano para hacer hueco mental. Llévate las que quieras, son gratis.

1 Comentario
  1. El diablo lo tiene fácil, ya casi nadie cree en el lo que le da una gran ventaja y apenas tiene que esforzarse en tentarte ….. Lo tiene fácil, muy fácil. Cada uno podría ponerle freno pero es más cómodo dejarse llevar . Ese es el trasfondo de todo . ¿ y ahora nos quejamos ? ….

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