(No) Tengo miedo:
a que nada cambie en la monotonía de la costumbre,
al constante ciclo de los distantes
que, aun conociéndose, te alcanzan desprevenida,
al oficio de estar al acecho de los errores
por puro escondite,
a la influencia de los que parecen seguros, la unión de los que fuerzan la codicia
y la distancia de aquellos que no se atreven a estar
siendo.
Y las tareas que se me amontonan como si estuviese de ocio constante.
(No) Tengo miedo
de las capas de variados grosores y texturas que se difuminan
entre la prisa,
con la vergüenza,
por el sustento…
de los dolores que no identifico y la claridad que los distantes tienen de mi reflejo,
de vencerme antes de aceptar que lo que venga me derrote primero,
de rumiar la obsesión por ser distinta, del egótico empeño en mudar a lo perfecto,
de especular sobre el adorno con sobras y vestigios
como evidencia o sonrojo.
Y la charla sin calado entrometiéndose de forma incesante.
(No) Tengo miedo
a la fertilidad del sentimiento, espontáneo, desbocado, poderoso e imprevisible;
al páramo amargo e inquebrantable de los silencios,
propios en un momento y ajenos un poco más lejos;
al hoyo del esfuerzo a toda costa
calibre del rigor de la balanza con gotas al peso;
a la compañía hueca de las piedras en mi bolsillo,
al encuentro de las corrientes bravas en las que dejar el sueño.
Y la espera se hace perpetua aprendiendo a no tener (miedo) a cada instante.