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Mi primera interacción sexual fue a los 10 años

Mi primera interacción sexual fue a los 10 años. Estaba en el ordenador familiar conectada a Habbo Hotel, un chat virtual de principios de los 2000 en el que te podías crear un avatar, vestirlo, decorar su habitación y coleccionar un extenso catálogo de furnis, objetos digitales que se compraban con micropagos por SMS.

Mis padres me habían hablado mil veces sobre los pederastas, era un miedo que resonaba mucho en aquella época. Que viene el lobo, que viene el lobo… Había terrores parentales para todos los gustos: desde las furgonetas blancas que daban caramelos a las puertas de los colegios, hasta las agujas que ponían en los asientos del cine infectadas con VIH. El mundo era peligroso y debías tener cuidado, nunca sabías tras qué arbusto se podía esconder un señor en gabardina.

Entre tantas fantasías, la realidad se difuminaba. Sí, existían los lobos, pero no tenían un hocico que los diferenciara.
Así que allí estaba yo, una tarde de verano cualquiera, usando el ordenador de mi padre mientras él se echaba la siesta. Tenía las manos manchadas de polo de naranja derretido y jugaba a Save The Sheriff en Miniclip, cuando otro usuario me escribió por el chat del Habbo.

“cuants años tiens? :P”
“10, tu?”
“12, qieres ver mi room? soy HC”.

HC eran las siglas de Habbo Club, una suscripción de pago que te daba acceso a muebles y peinados exclusivos. Yo entonces ni siquiera tenía teléfono móvil, así que obviamente no disponía de forma alguna de pagarlo. Para mí, y para muchos otros niños, ser HC era como ser de la realeza, un símbolo de estatus y distinción. El simple hecho de que un HC te permitiera interactuar (hacer click, sin más) con sus objetos raros era todo un privilegio.

Así que sí, claro que fui a su room.
La pequeña habitación digital, en perspectiva isométrica y recortada sobre fondo negro, hubiera estado del todo vacía de no ser por una solitaria cama. Me decepcionó la falta de objetos inusuales y pensé en irme a seguir jugando a Save The Sheriff, pero una frase apareció sobre la cabeza del otro usuario:

“tumbat ai”
Y como no tenía nada mejor que hacer, me tumbé.

“m pongo encima d ti. t beso en la boca. tu lenwa roza la mia”.
Sus burbujas de diálogo se acumulaban sobre nosotros. Mi corazón se aceleró igual que cuando en clase tocaba examen oral.

“t subo la kmiseta. no llebas suje 😛 t agarro las bobba”.
Bobba era el filtro de seguridad que ponía Habbo Hotel por defecto para restringir el contenido adulto.

“t qito el pantalon. paso mi mano por tu concha. ests mojada jeje. meto mi bobba en

tu bobba”.
Una rotura. Una invasión. Una pérdida.
El lobo continuó relatando todas las acciones que se supone que le iba realizando a mi diminuto y pixelado avatar. Nuestros personajes no se movían, no emitían sonidos y seguían vestidos, pero yo sabía que algo estaba mal. Que algo se sentía mal.

“pego mi bobba mas adentro. si, asi, si, m gusta. no dices nada? :P” Desconectar.

Cerré la ventana del navegador tan rápido como si me quemara el ratón al tacto y me quedé ahí, delante del fondo de pantalla de Windows XP, con la mirada perdida en su ladera verde y ese imposible cielo azul.
Nunca vi una furgo blanca a las puertas de mi colegio, ni me comí una piruleta llena de droga, ni me clavé una aguja infectada en el cine, ni me encontré con un hombre con gabardina tras un arbusto. Pero sí volví a recibir mensajes similares, tanto fuera como dentro de Habbo Hotel.

Todos los chats infantiles de la época eran frecuentados por hombres adultos dispuestos a practicar sexting con niños. Igual que hoy todas las redes sociales están llenas de fotopollas, niñas que aprendieron a hacerse el contouring antes que a ponerse una compresa y vídeos caseros de padres que monetizan a sus hijos. Todo esto me hace pensar en cómo las infancias se intentan proteger con puritanismo a la vez que se las rodea de hipersexualización, en lugar de invertir en una buena educación sexual y emocional que naturalice el sexo, la protección, el placer, la escucha y los límites.

Los lobos se usaban para generar paranoia entre los adultos; pero a la hora de la verdad, los adultos se limitaron a hablarnos de abejas y flores, poner un filtro de palabras, obligarnos a marcar una casilla de edad y confiar en que no fuésemos demasiado bobbas.

Creo que la siguiente generación merece que la nuestra lo haga mejor.

Alessandra Alari

Escritora de desvaríos, Directora de Arte y eterna autodidacta. Sobrepiensa tanto que necesita donar sus reflexiones de segunda mano para hacer hueco mental. Llévate las que quieras, son gratis.

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