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La infancia en venta : el negocio detrás del vlogging infantil

Abres Instagram. Empiezas a deslizar. Una cara infantil sonríe ante la cámara, habla con una soltura que no esperabas. Está haciendo una review de un juguete, y aunque al principio solo miras por curiosidad, en segundos ya estás atrapado por una sucesión de niños y niñas que bailan, enseñan rutinas de skincare (en las que hasta yo me pierdo al tercer paso). 

El vlogging infantil se ha convertido en un negocio millonario pero…

¿Cómo afecta esto a los más pequeños?

¿Tendrá repercusiones en su futuro?

¿Quién controla esa sobreexposición?

¿Hasta qué punto se respeta su intimidad?

¿Hablamos de juego o de explotación?

¿Se ha convertido la infancia en un producto -muy rentable- de entretenimiento?

¿Se ha convertido la infancia en un producto (muy rentable) de entretenimiento?

El fenómeno no es nuevo, pero sí cada vez más masivo. Redes como TikTok, YouTube o Instagram están llenas de pequeños “influencers” que generan millones de visualizaciones y, por tanto, miles de euros en beneficios. No hay legislación clara, no hay límites definidos. La infancia se convierte en entretenimiento, pero también en exposición continua. ¿Quién controla cuánto contenido es demasiado? ¿Quién protege su intimidad? La regulación política parece ser la asignatura pendiente en muchos países.

La monetización de los contenidos que generan les convierte en trabajadores, y de alguna manera en esclavos del éxito. ¿Cómo es posible gestionar esto cuándo aún eres un niño o una niña?

La justificación más extendida es que “lo hacen porque les gusta”. Y sí, es posible que lo disfruten. Pero también es posible disfrutar algo sin comprender sus implicaciones. Convertirse en imagen pública siendo menor de edad no es una decisión que se tome con madurez, ni con herramientas para gestionar lo que viene detrás. Este acto de falsa libertad les arrastra a un modo de vida que les ofrece estatus, éxito y reconocimiento del que es muy difícil salir pero, también les  expone ante todo tipo de adultos,  los comentarios, las críticas, el hate, el acoso.

La justificación de “lo hacen porque quieren” es la que regula la relación económica entre marcas, infancia y usuarios. 

Una infancia mediatizada y una identidad fragmentada

En los últimos años parece que la infancia tal y cómo la conocíamos ha dejado de existir. Ya no se juega con canicas, ni se ensucian las rodillas en el parque. Ahora se ensaya el próximo trend, se estudian estadísticas, se editan vídeos. No hay tiempo para aburrirse, para experimentar sin ser observado. Todo debe ser útil, entretenido, visible.

El desarrollo de la identidad infantil y adolescente está directamente ligado a la forma en que nos miran los demás. En el caso del vlogging infantil, esos “demás” no son la familia, ni los amigos del cole, sino millones de usuarios anónimos que opinan, etiquetan, juzgan.

Cuando todo se monetiza o se espera que genere “engagement” no hay espacio para el juego, para la creatividad y el desarrollo. Y la identidad se forja en torno a likes, comentarios y por supuesto a una validación externa que no deseo ni a mi peor enemigo.

Se distorsiona su propia imagen y se pierden lo mejor de la infancia, lo que todos de adultos echamos de menos; la espontaneidad, el juego, la diversión y la despreocupación. 

¿Se les permite ser niños o se les convierte en esclavos?

¿Cómo afectará la huella digital en su futuro?

¿Quién de nuestra generación no recuerda aquellas fotos de Tuenti en su adolescencia que ahora le aterrorizan? Sí, las guardamos pero, nos cuidamos de a quién se las enseñamos. Pero, nosotros no teníamos repercusión más allá de nuestro entorno cercano y aún así, los que hemos crecido de cerca con las redes sociales sabemos lo que simbolizan los likes, las respuestas a historias y los comentarios. Sabemos cómo se juega a las redes sociales y las consecuencias que muchas veces pueden llegar a tener sobre nuestra autopercepción. Pero, nosotros podemos mirarlo con ojos de adulto y entender que la realidad no está detrás de una pantalla. ¿Podrán decir ellos lo mismo? 

Y mientras el contenido se multiplica, también lo hace la huella digital: fotos, vídeos, historias que quedarán flotando en la red durante años, condicionando relaciones, oportunidades laborales, formas de verse y ser vistos. Lo que para un adulto puede suponer una crisis de reputación, para un niño puede ser el germen de una crisis de identidad.

¿Y si estamos aplaudiendo una nueva forma de explotación infantil?

No se trata solo de regular la publicidad. Se trata de proteger el derecho de niñas y niños a tener una infancia sin audiencias, sin contratos, sin presión por likes. Porque si se les permite, si incluso se les incita, pero no se les protege, estamos normalizando una forma de explotación aceptada socialmente.

Una explotación que se disfraza de juego, de oportunidad, de libertad. Pero que puede tener consecuencias devastadoras.

Alma Gonzalez Muñoz

Comunicar atendiendo a lo que viene de dentro. Con base en el respeto, atendiendo a la diversidad y con una visión crítica es lo que define mi trabajo y mi manera de ver la vida.

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