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La imposible manía de mezclar sexo, pareja y amor

En la inefable definición de amor se han refocilado desde siempre filósofos, escritoras y poetas. Pero si hay un tronco en el que convergen es la asociación de este sentimiento con un deseo sexual irrefrenable hacia el ser amado, una ansiosa necesidad de correspondencia y una imperiosa voluntad de eternidad.

Yo, y me consta que no soy la única, tengo la imposible manía de mezclar sexo, pareja y amor. O he tenido, hablaré en pasado puesto que dicen por ahí que la consciencia genera ya el cambio. Pero sexo, pareja y amor ni son lo mismo ni son indisolubles. Ni siquiera tienen por qué ser complementarios. Es más, en su día fueron aspectos de la vida tan diferenciados que en la mayoría de los casos ni se rozaban. Y sí, claro que el roce, hoy como entonces, hace el cariño, pero este no implica ni el «para toda la vida» ni el «hasta que la muerte nos separe» ni muchísimo menos el «contigo pan y cebolla».

Y la cuestión es que, aunque hayamos entendido que podemos disfrutar del sexo sin amor o del amor sin pareja, y lo practiquemos con fruición, algo en nuestras tripas sigue programado para considerar que, si no está la triada completa, se tratará de una relación temporal, pasajera. Es decir, de una aventura. Y digo yo: ¡si todos los vínculos lo son! Incluso los que permanecen; vincularse es explorarse permanentemente.

El concepto de pareja no nace asociado al sentimiento amoroso sino como solución práctica para la supervivencia de la especie. Después de practicar la poligamia durante miles de años, cuando nuestros antepasados empiezan a caminar sobre las dos piernas, se necesita prestar especial atención al cuidado de los bebés, más frágiles y dependientes. Y es desde ese momento que se establece la monogamia, quedando el movimiento de la mujer acotado al hogar como lugar protegido donde podrá mantener a salvo a las crías y además no será fecundada por otros. Es decir, la pareja y el consecuente matrimonio, necesario para oficializar la familia, se vertebra como mecanismo de control de la fertilidad, por y para asegurar la exclusividad en las relaciones sexuales. Relaciones sexuales fértiles, matizo. Las mujeres que no tienen hijos, porque no pueden o no quieren (que alguna de estas habría ya desde tiempos inmemoriales, digo yo) pasan a un limbo que todavía a día de hoy seguimos tratando socialmente de integrar. De los hombres «no fértiles» de entonces poco o nada se sabe, ya que su incapacidad para concebir, lejos de evidenciarse, podía ser fácilmente (en)cubierta.

Fue con el amor cortés, en la Edad Media, que las crónicas empezaron a hablar de pasiones prohibidas, no correspondidas, imposibles… pero no es hasta la primera mitad del S.XIX, con el apogeo del Romanticismo, que los humanos empezamos a plantearnos emparejarnos y casarnos por amor. Sea lo que sea eso para cada uno. Es decir, que tras siglos y siglos de historia en la que sexo, pareja y amor no necesariamente iban de la mano, desde hace menos de doscientos años, es decir, desde la más absoluta inexperiencia, pretendemos aunar las tres cosas en una sola persona y para siempre. Que sí, que es precioso (¡Por algo caló el mensaje!), pero que no, que no podemos pasar por alto las dificultades que implica y la sordera o la hipocresía que arrastra. No es baladí que, a día de hoy, cualquiera que inicia una relación necesita aclarar si la quiere abierta, cerrada, poliamorosa, polisexual, policuriosa o con las infidelidades de toda vida pero llamándole de cualquier otra manera que suene un poquito más mainstream.

Leyendo El palazzo inacabado, la obra de Judith Mackrell que lleva como perfecto bajo título Arte, amor y vida en Venecia, me descubro en una curiosa comunión con las protagonistas. El libro desgrana la vida de las tres mujeres más relevantes que habitaron el Palazzo Venier dei Leoni: Luisa Casati, Doris Castlerosse y Peggy Guggenheim. Mujeres que desafiaron la idea de éxito con trayectorias poco o nada convencionales y, para muchos, poco o nada convenientes. En todo, pero fundamentalmente en el amor. Claro que, ¿qué sabrá el amor de lo conveniente?

La autora describe cómo Peggy, coleccionista referencia del arte contemporáneo, «reposaba en los brazos de Kenneth MacPherson, mientras escuchaba sus grabaciones favoritas en el gramófono, y se sentía arropada por una desconocida sensación de “paz y éxtasis”». ¿Estímulo y calma en la misma escena? Releí el párrafo entero para asegurarme de lo que había entendido. Sonaba a espejismo. A invento. Y entonces recordé dos cosas: una, que Kenneth era homosexual y la relación entre Peggy y él tenía códigos que transgredían lo establecido, y dos, que, precisamente por esta combinación ilusoria, se llevaron presa a Santa Teresa de Jesús en el S.XVI acusada de hereje. Condenada por amar hasta el éxtasis al único que le daba calma.

Ejercer la libertad, de ser, de hacer o de amar, implica casi siempre dejar de pertenecer. Y, por ende, una consecuente soledad. Un señalamiento, un destierro. Según Zweig «es precisamente el apátrida el que se convierte en un hombre libre». Pero, incluso el explorador más comprometido con la libertad que supone la aventura, quiere, en algún momento, volver a casa. A alguna casa.

Ahora, en 2023, con una amplia oferta sexoafectiva disponible a todas horas y por tantas vías, necesitamos más que nunca afinar nuestra demanda. Solamente así no acabaremos llamando sexo a cualquier encuentro desnudo, pareja al primero que cuelga una foto con nosotros en su perfil o amor a todo lo que no es indiferencia. Y, más importante, no confundiremos una cosa con otra ni le pediremos al olmo peras. Yo propondría reescribir el manido desapego tomando consciencia de la materia primera: el cuerpo. Y que, cuando llegue a él una nueva aventura, le preguntemos, a la piel, al estómago, a la respiración, si experimenta algo parecido a un excitante y sosegado para siempre ahora. Y, si la respuesta es sí, confiar. Porque quizá sea eso lo más parecido al amor. Y este sentimiento inefable, con todos sus posibles accesorios (sexo, pareja, sordera), la única forma de patria.

Cayetana Cabezas

Actriz gallega, escritora, arquitecta y mucho más.

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