Si a Nelson Mandela, o a Gandhi, les hubieran dicho que las responsabilidades de estar dentro de un sistema era lo más importante, jamás hubiesen cambiado el mundo.
Hace tiempo, mi madre, me comunicó que era una adelantada de estos tiempos, que buscaba el bien social, y hasta hoy, no me he dado cuenta.
Hace cinco años vi mi meta. Cambiar la situación de las mujeres que seguían ancladas en una sociedad patriarcal.
Quizás tuve que llegar a los bajos fondos, miles de veces tuve que llorar, gritar y equivocarme, para darme cuenta que la igualdad no existe. Que como mujer cuya juventud fueron los noventa, he trabajado, he sufrido la desigualdad y los comentarios de mis compañeros al pedir reducción de jornada.
Criada en los tiempos conservadores donde la mujer renunciaba a ser ella misma, por su familia, he sufrido violencia de todo tipo. He luchado después de dejar a mi maltratador por mis hijos y sigo estigmatizada. Hasta en el mundo de la psicología les parece bien que me tipifiquen como víctima de violencia. La nueva juventud piensa que la igualdad existe y que las mujeres tenemos más oportunidades en el mercado laboral.
Hace unos días me entrevisté con mi psicólogo, y cuando me puso en el contexto de que las mujeres, por nuestras labores de cuidado, teníamos más oportunidades en el ámbito laboral, me llevé las manos a la cabeza. En el término psicológico, según él, que lo dudo, existe igualdad de salario. Quizás sea su visión, es joven y todavía, no conoce las circunstancias sociales de todas las mujeres. El hecho es que las mujeres renunciamos a parte de nuestro trabajo por ser madres. Es instinto animal, pero no igualdad.
Esta sociedad no se ha preparado para todo el potencial que tenemos las mujeres. Las mujeres de éxito han renunciado a la crianza.
Las mujeres siguen muriendo de mano de sus agresores, jóvenes y mayores, y las estadísticas no mienten. Vivimos en el sin sentido, en el control y en la culpabilidad de ser mujeres.
La política nos ha comprado, si soy feminista, pero no lo que se lleva hoy en día, no quiero el mal al género masculino, que me ha maltratado y me ha subyugado. Quiero la igualdad de oportunidades en una sociedad igualitaria con diferencia del género en algunas profesiones o con el cambio de características, que son diferentes entre ambos géneros, para que se adapten aquellas profesiones machistas a las mujeres que emergemos.
Por eso decidí acogerme a un ERE en noviembre en mi empresa. Aquella que durante veintidós años era mi libertad, para demostrar que tenía valor como mujer, donde iba cada semana con alegría para salir de las circunstancias personales de mi hogar, donde era maltratada todos los días. Cuando volví ha incorporarme tuve que luchar para que el mundo empresarial comprendiese que la violencia no termina cuando dejas a tu agresor.
Fui la primera persona en Orange en hacer un video agradeciendo a mi empresa su ayuda. Pero la ayuda, no existía, era todo pactado con tus responsables. Es lo que tiene ser que no te hayan pegado, hasta dejarte sin sentido, de no tener una sentencia judicial, sino sólo un acto constal donde tienes la tipología de víctima.
Cuando hablo con muchas mujeres que somos y seguiremos siendo víctimas de violencia de género, con hijos en común, dónde la custodia es compartida y que los padres siguen ejerciendo el control sobre la cuenta mancomunada, seguimos siendo víctimas. Cosa que la sociedad no ve, porque no le interesa. Mujeres que seguimos en un trabajo, con problemas de drogas, de ausentismo en las escuelas de nuestros hijos y que seguimos sufriendo, porque no tenemos apoyo. Compañeros de trabajo que piensan que si nos ausentamos de la oficina, haciendo bolillos con nuestros días de libre disponibilidad para ser madres y cuidar a nuestros hijos, es absentismo laboral. Que te critican porque no estás al cien por cien, cuando ellos disfrutan de tres semanas de vacaciones y tú de cuatro días como máximo, para poder compatibilizar y ser parachoques emocional del sufrimiento de tus hijos. Así que ciertas compañeras, por envidia, hablan mal de ti, sin conocer el contexto. No podía estar, porque a esta compañera, sí tu hijo va directo a la delincuencia, se resiste al qué hacer, sacar el proyecto o volcarse con tus días de vacaciones en conducir, tú sola, a tu sangre al buen camino.
No es crítica, sino experiencia, ojalá no pases lo mismo que yo.
Cuando yo me volvía a incorporar sabia que que tenía que dar lo suficiente para ganar un salario para alimentar a mis hijos. No quería triunfar, ni ascender, porque cuando has visto la muerte y tu destino, no buscas ascender, sino probar si lo que te ha salvado, durante años, merece la pena. Quizás te hayas equivocado y necesitas reconocerlo, porque no es lo que tú quieres, o porque cuando has vivido una situación traumática tus valores cambian y no buscas lo mismo.
Si Nelson Mandela no hubiese renunciado a ser él mismo, sin tener nada, el cambio no se hubiese producido. Por cierto, como pintora, ya no soy Van Gogh pues he vendido parte de ella y tampoco seré Nelson, porque la sociedad está cambiando y las mujeres estamos dentro de ese cambio. Sólo necesitamos que nuestras empresas, nos escuchen y nos brinden esa oportunidad para el cambio que yo intenté en Orange, y se me denegó por el interés de los beneficios más que del clima laboral. La fundación no es la incorporación en conocimiento tecnológicos de las mujeres o ayudar a los problemas de la discapacidad. La fundación sería, también, el bienestar emocional de sus empleadas, mujeres que hayan o no sufrido violencia, pero que su sentimiento de culpabilidad puede más que ellas, por ser mujeres que además de intentar dar lo mejor de ellas mismas son cuidadoras, madres y siguen llevando la casa. En eso esta el cambio. Así que por eso lo escribo, porque ahora no soy de Orange y como mujer, predispuesta a dar todo lo que yo he aprendido en una empresa, soy mercenaria, y la cuestión es apostar por el cambio. Durante estos años me he formado en Inteligencia emocional y arte terapia. He realizado talleres con mujeres y el cambio está ahí.
Es cuestión de equilibrio y no de pasar 27 años en la cárcel como Nelson, para que la sociedad te haga caso.