La televisión emite, entre otros muchos anuncios comerciales, gritos desesperados de ayuda para los países en vías de desarrollo. Desde los enfoques educativos que respetan la perspectiva crítica, se ha venido haciendo desde hace décadas cuestiones sobre los modelos de cooperación al desarrollo tradicionales.
Aquellas instituciones, cuyo objetivo final, aunque cuestionable sea también comprensible, cautivan a la población general con imágenes reales de las desgracias acontecidas en el denominado “tercer mundo”, utilizando generalmente niños y mujeres desamparados.
“Quizás por desconocimiento o como “calma-conciencia” nos piden donaciones, y las hacemos”
Sin embargo, me paro a pensar y digo: ¿Cuántos recursos de los conseguidos mediante esa vía son malgastados en gestión administrativa, recursos humanos de captación y publicidad? ¿Por qué llegados a un punto de favorable posición económica, política y social, no presionan a quienes perpetúan esas situaciones?
Puedo llegar a comprender este tipo de mentalidad, pero jamás compartirlo. Quizás por desconocimiento o como “calma-conciencia” nos piden donaciones, y las hacemos, pero no pensamos, que así lo que hacemos es que países en vías de desarrollo dependan de este método, continuarán haciéndolo para siempre. Los gobiernos y países occidentales se reúnen, debaten y colaboran con iniciativas de inversión solidaria en los países más pobres del planeta, pero ¿de qué vale si después son los mismos que expropian, manipulan y gestionan los recursos que realmente podrían poner en marcha la evolución de aquellos países?
“No hay solidaridad si se detrás se esconden intereses hipócritas”
Considero que se necesita ahondar en el conocimiento sobre la cooperación al desarrollo. Que las soluciones empiezan por hacer de estos países en vías de desarrollo dueños de la explotación de sus propios recursos, ya sean naturales, económicos o sociales. Por muchos lavados de cara, lleven los ceros que lleven las cifras, no hay solidaridad si detrás se esconden intereses hipócritas.